Dice la ficción bíblica que en el siglo XIII antes de Cristo los israelitas llegaron a la tierra prometida con Josué –continuador de Moisés- a la cabeza, y se encontraron con la poderosa ciudad de Jericó. Entonces, unos sacerdotes del auto-proclamado pueblo elegido tomaron el Arca de la Alianza mientras otros hacían sonar sus trompetas con tal estruendo que las murallas de la ciudad se vinieron abajo y los invasores arrasaron aquel lugar a sangre y fuego.
Debe ser la primera noticia que se tiene de la utilización de la música para destruir una cultura aunque fuera una música estridente si bien no sería para tanto porque aquello no eran trompetas de metal sino cuernos de carnero o similar. Me acuerdo de Jericó por lo de Venezuela. La música que en la época contemporánea sirvió para llevar a cabo las grandes concentraciones que pedían paz y amor, en el Summer of Love de San Francisco, en el festival Woodstock (Nueva York), en el Festival de la Isla de Wight (Reino Unido), o que también se ha empleado en nuestros días para denunciar el deshielo del Ártico por grandes músicos como Ludovico Einaudi (https://www.youtube.com/watch?v=phH8UEgFODA), ahora se emplea a las mismas puertas de Venezuela para anunciar –como los israelitas con Jericó- un posible baño de sangre de consecuencias incalculables.
¡Y pensar que Pedro Sánchez –en nombre del socialismo- puede llegar a tres elecciones en España con las manos manchadas de sangre hermana! Por más comisiones por la paz que se hayan puesto en marcha, por más votaciones en la ONU que rechacen esta posible carnicería, ahí está la prepotencia de un país –también auto-proclamado demócrata por excelencia- que se cree lo que ya no es, que nos ha revolucionado oriente medio y nos ha metido en Europa la destrucción yihadista, sin que nadie en la propia Europa le diga hasta aquí hemos llegado, al revés, le siguen riendo sus ocurrencias que van desde una colonización cultural casi absoluta hasta juegos sucios con todos los países, tanto amigos –no olvidemos las escuchas a móviles de cancilleres como el caso de Ángela Merkel- como enemigos, pasando por la vista gorda que aplica a teocracias y autocracias aliadas.
La guerra informativa entre Occidente y Venezuela es tremenda, digna de una tesis doctoral que resultaría esclarecedora. En el campo musical, el chavismo se defiende con mensajes como estos: “Miguel Bosé acusa al gobierno de Venezuela de ser una dictadura. En 1981 le cantó a Pinochet en Chile y jamás nombró los muertos y desaparecidos de esa cruenta y real tiranía”. “Maná señala que en Venezuela hay una crisis migratoria. ¿Cuándo le cantará a los miles de mexicanos que día a día cruzan a prueba de balas la frontera hacia los Estados Unidos?”. “Juanes argumenta que en Venezuela la gente muere de hambre pero no se ha pronunciado por el 29,7 por ciento de desnutrición infantil que se registra en Colombia”. A esto añade la postura contraria a la invasión que sostiene el alma de Pink Floyd, Roger Waters, quien también ha pensado en montar un concierto en la frontera de México con EEUU y rememorar la composición The Wall.
Bien, supongamos que, como sostienen algunos, haya que matar a unos miles de venezolanos para que la mayoría viva en la libertad que supuestamente no tiene ahora. Como decía el actor Francisco Rabal en la serie de televisión Juncal, “Tomo nota”, para que desde ahora estos nuevos golpes de Estado sean legítimos no sólo contra Maduro sino contra todos los mandatarios del planeta, sean de derechas, de izquierdas o de centro, sean demócratas o no, porque esas etiquetas las coloca quien desee dar el golpe.
Si Rusia y China deciden ayudar más a Venezuela, si China invade Taiwán o Rusia, Ucrania, que no me vengan los medios occidentales a lavarme el cerebro como están haciendo con Venezuela desde 1998, con la llegada de Hugo Chávez al poder. Porque en tales campañas intencionadas no hay sólo objetivos solidarios sino mucho más, en realidad se utiliza la solidaridad como excusa para otros fines que nada tienen que ver con el periodismo. No me gusta que las manos sucias de las voces de sus amos embarren la profesión que, con mis defectos y virtudes, trato de enseñar en la universidad. Y tampoco que algo tan excelso como la música, el mejor y más bello vehículo de comunicación humana, se manipule para tumbar las fronteras de un país y someterlo a intereses ajenos. Que sean los venezolanos los que pongan música y letra a su futuro. De lo contrario, la veda del todos contra todos quedará abierta definitivamente y cualquiera sabe adónde puede llevarnos esta dinámica. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig