Vinieron por un tal Buda, no les gustaba su prédica: controlando los deseos se alcanzaría paz interior, pero como yo me llamo Nada no me preocupé y dejé que lo detuvieran. Vinieron por un tal Confucio, no les gustaba que defendiera valores como el respeto a los ancianos, pero como yo no me llamo Confucio no impedí que se lo llevaran.
Vinieron por un tal Sócrates, decía que el Estado debía mantenerlo para que pudiera ejercer su extraño oficio: hacer preguntas a los demás para que pensaran por sí mismos. Era un vagabundo feísimo así que permití que se lo llevaran. De la misma forma procedí con un tal Platón y con un tal Aristóteles. El primero daba la lata con una caverna en la que todos estábamos encerrados, mirando sombras en la pared. Estaba volado porque yo soy libre, con toda la tecnología que me rodea tengo el mundo en mis dedos. El segundo diseccionaba bichos para ver lo que tenían dentro. Era un sádico. También vinieron por dos tipos, Demócrito y Leucipo, creían que todo estaba formado por partículas, unos ateos indefendibles. Dejé que los encerraran.
Vinieron por un tal Marco Aurelio, nada menos que emperador romano, pero decía estupideces, en lugar de limitarse a guerrear como un tipo duro, daba gracias por no actuar como sus enemigos. También vinieron por tías, una se llamaba Hipatia, me explicaron que enseñaba, en la antigüedad, matemáticas sin distinguir entre creyentes y paganos, a mí me pareció normal pero se la llevaron como a Marco Antonio. Me dio igual, no era mi guerra. Una tal María Zambrano, daba la tabarra con la lucha que en su opinión tenía el humano entre la esperanza y la tragedia. Me alegré de que se la llevaran. Una rusa llamada Lou Salomé estaba obsesionada con su amigo, un tal Nietzsche, que tenía un mostacho del carajo y creía que la persona se define a través del dolor que pueda soportar. También había un tal Ortega con una obsesión: huir de lo que llamaba el sabio ignorante. Se los llevaron a los tres, igual que a un gordo barbudo llamado Marx por pensar que no era la conciencia la que guiaba a la vida sino al revés. Apresaron a muchos más: un tal Unamuno que me pareció buena gente, Descartes que no se conformaba con lo que le enseñaron sus profesores, Byung-Chul Han que alucinaba con la auto-alienación… Muchos.
Ahora me encuentro mal, no sé qué me pasa. Tropecé con un escrito de un antepasado mío que vivió en 2017. Decía que toda esa gente podría curarme. Busqué sus nombres en mi ciber pero lo poco que hallé no lo entiendo. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig