Durante una estancia en Alemania me enteré de las orientaciones que daba el sacerdote de una pequeña iglesia católica a sus feligreses cuando llegaban estos tiempos de comuniones. Todos los niños deberían acudir ese día con una misma túnica blanca, sencilla, recibir la primera sagrada forma de sus vidas y regresar a casa donde también tendría lugar una celebración austera.
Parece que a algunos andaluces eso no les va y –como harán cuando llegue El Rocío- actuarán por encima de sus posibilidades e ignorarán aquello de “sed sencillos como palomas” (Evangelios). Esto no es nuevo en la Historia –en las tribus primitivas se sigue haciendo algo comparable, se llama potlatch– y a mí –que no me considero católico ni soy creyente- no me importaría si no fuera por las alarmantes noticias que he recibido esta semana y que afectan a niños a los que se divide en buenos y malos, según hayan recibido o no la comunión.
La libertad de pensamiento y religión de hoy día, propicia que en los templos se den cita niños que van a celebrar tan importante día para los católicos, con amiguitos que profesan otras religiones o que incluso ni siquiera están bautizados. Me imagino que –según me enseñaron en el Evangelio- todos son criaturas de Dios y no es positivo escandalizarlos ni discriminarlos. Pero –al menos que yo sepa con seguridad- en un templo se ha leído desde el altar un cuento en el que se divide a los niños de forma maniquea según hayan comulgado o no por primera vez. Digo el pecado pero no los pecadores aunque si es necesario los publicaré porque a mí siempre me ha gustado el código deontológico que el profesor Sanford ideó en Estados Unidos cuando afirma: si denuncias a alguien, hazlo con nombres y apellidos. Lo que ocurre es que no me gusta ir más lejos de lo estrictamente necesario, a menos que me obliguen.
Creo que los nuevos tiempos empujan a los católicos y a todas las religiones a ser prudentes. Es evidente que si los seguidores de cualquier fe están en sus lugares de rezos pueden decir lo que crean oportuno, si alteran o no el mensaje de sus libros sagrados será su problema. Pero hoy nos hallamos en un país aconfesional y laico. ¿Pueden ser prudentes las religiones? Al menos el Evangelio es contradictorio en eso. “Dejad que los niños se acerquen a mí”, “el que no está conmigo está contra mí”, “sed prudentes como serpientes”. Estas palabras en manos de ortodoxos se desvirtúan, he ahí el peligro. ¿Deben los niños acercarse a Dios pero si previamente están con él? DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig