Mi columna de la semana pasada llamada Camioneros –publicada en dos medios de comunicación y en red- levantó protestas de indignación. Es habitual pedir disculpas cuando un colectivo de personas se molesta por lo que alguien ha dicho o escrito. A mí no me importa pedir disculpas cuando me hacen comprender que me he equivocado o cuando me doy cuenta yo solo. Pero, ¿de qué tengo que disculparme? ¿De no saberme bien el código de la circulación –como afirmaba alguno- cuando lo esencial de mi columna era que un camionero estuvo a punto de provocar que mi coche se estrellara contra la mediana de una autovía de circunvalación al empeñarse en adelantarme a toda velocidad?
Hay quienes no leen lo que se dice en un texto sino lo que creen ellos que se dice, acaso influenciados por factores ajenos al que escribe y al texto mismo, eso se estudia en psicología de la comunicación. ¿Dónde he afirmado yo que los camioneros sean “drogatas”, como me echaba en cara uno de mis atacantes? Y eso que no hay más que usar un buscador en red para encontrar numerosas noticias que denuncian casos de drogadicción entre camioneros y preocupación en la Guardia Civil por este hecho. Mi redacción fue ésta: “¿Qué les pasa a los camioneros o, al menos, a algunos de ellos? ¿Será verdad eso que dicen sobre sus drogadicciones para combatir su agotamiento que termina por generar agresividad?”.
Es decir, primero, me estoy preguntando –no afirmando- algo que ya está en la calle y que me cuentan personas con las que he hablado. Segundo, no generalizo, matizo que me refiero a “algunos” e incluso constato el agotamiento que origina la profesión. ¿Por qué, en lugar de pedir mi cabeza y mi rectificación, no denuncian a esos colegas que ellos mismos reconocen que existen? Afirman mis críticos que su profesión es muy dura. ¿Es que acaso no se reconoce y se denuncia eso en mi columna? Por tres veces, en concreto.
En las réplicas a mi columna hay faltas de ortografía de escándalo y giros ortográficos muy incorrectos pero yo no acuso a los camioneros de no saber escribir, simplemente creo que no están autorizados para insultarme y pedir que me expulsen de aquí o de allá porque hayan leído mal una columna y algunos hayan respondido con un mal castellano en un foro público.
Hablo en todo momento de columna periodística porque también uno de mis críticos se pasa de listo y quiere que no escriba en primera persona. Señor mío, una columna, en periodismo, se caracteriza precisamente porque en ella se encierra la personalidad de su autor. “Iba yo a comprar el pan”, comenzaba sus columnas en El País el gran Francisco Umbral. Yo no doy lecciones de códigos de la circulación, no me las dé usted a mí de periodismo. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig