“El mayor de los males es salir de la sociedad de los vivos antes de morir”. J.A. Séneca.
Las nuevas generaciones cada día tienden más a considerar a las personas mayores como estorbos. Los nuevos hábitos de trabajo hacen que los hijos/as descarguen en los padres sus deberes y responsabilidades respecto a su propia descendencia y, en ocasiones, los convierten en los cuidadores, acompañantes, tutores, educadores y vigilantes de sus nietos, en una edad en la que, esta clase de funciones comportan un esfuerzo, unas obligaciones y unas exigencias que, en muchos casos, están por encima de las condiciones físicas, las facultades mentales y la predisposición a asumir cargas que, legítimamente, están en condición de rechazar después de una vida de trabajo, problemas, disgustos, cuidado de los hijos y preocuparse de su educación.
Alguien, algún miembro de estas nuevas generaciones de disconformes, que consideran que están por encima de sus predecesores, que están imbuidos de la filosofía relativista y que consideran a los que ya se han jubilado, personas no productivas y, en consecuencia, piensan que es mejor apartarlas de la sociedad, procurar irlas desposeyendo de sus derechos como ciudadanos como, por ejemplo, de su derecho a votar, e irlos arrinconando en espera que sea la muerte, natural o provocada, según sea el grado de barbarie del sujeto en cuestión, la que acuda en socorro del desgraciado al que se ha condenado, por el mero hecho de cumplir años, a ser un estorbo para quienes están convencidos de que tienen derecho a vivir la vida a sus anchas, sin límites, reglas o estorbos, olvidándose, en su supina estupidez, que a ellos les va a llegar la hora, “a cada cerdo su San Martín”, en la que se encontrarán ellos mismos en idéntica tesitura y, velis nolis, van a verse en idéntica situación que aquellos a los que condenaron al ostracismo.
Los partidos políticos no son tampoco un refugio al que acudir en busca de apoyo. Si, es cierto que, cuando piden el voto ( en España hay más de 8 millones de pensionistas) siempre lo hacen sonrientes, de buenas maneras, mostrándose muy dispuestos a hacerse cargo de los problemas de los ancianos y comprometiéndose a crear las instituciones necesarias para erradicar los casos vergonzosos de mal trato, abusos, estafas, humillaciones, despego, hurtos y abandono a los que, cada día, miles de personas mayores son sometidos por sus parientes, por sus cuidadores, por las casas de acogida, por los geriátricos públicos y privados y por la propia sociedad en general que, en la mayoría de casos, consideran a los viejos una molestia que les impide vivir su vida con la libertad que ellos quisieran y a la que, según su modo de pensar, tienen derecho por el mero hecho de que sus padres los pusieran en el mundo..El tradicional aislamiento dentro de la familia en el que muchos se encuentran, el sometimiento a la autoridad, en muchas ocasiones implacable, de sus cuidadores; la ignorancia de lo que sucede fuera de sus lugares donde están acogidos; el conjunto de circunstancias adversas que hacen que no dispongan de medios para comunicarse o hacer llegar sus quejas a quienes pudieran socorrerles, son el conjunto de dificultades que les impiden reunirse, asociarse, hacer valer sus quejas o conseguir agruparse o asociarse, para tener la ocasión de defender sus justas reivindicaciones ante un medio hostil que no está dispuesto a asumir unas obligaciones que consideran onerosas y que coartan esta omnipresente demanda ilimitada de libertad, como si en este mundo sólo valiera el ocio, la diversión, los viajes y las compras, sin que las obligaciones, los deberes cívicos públicos y privados, el cuidado de la familia el sacrificio por los demás no formaran parte de todo el entramado político social que la sociedad se ha comprometido a respetar. Lo contrario el caos, el derecho del más fuerte a doblegar a los débiles, la prepotencia de los mejor dotados; en una palabra lo que, desde el punto de vista de un comunista, podría ser definido como el odioso capitalismo del más fuerte, el más listo, el que inspirase más miedo o el que tuviera los medios más poderosos, el armamento más sofisticado o las fórmulas más letales, para tener a la humanidad aterrada y sometida; en este caso aplicado a la vejez.
No obstante, por extraño que pudiera parecer, los hay que han decidido por su cuenta, sin someterlo al criterio de las mayorías o al consejo de los más sabios, que en este mundo de los grandes inventos, progresos, logros sociológicos, avances médicos, trasplantes y demás métodos para conseguir garantizar una vida más humanizada de las personas y prolongar los años de vida de las nuevas generaciones que, a medida que progresa el estudio científico, van logrando superar enfermedades que sólo hace unos pocos años conducían irremisiblemente a la muerte; las personas mayores están de más, que son la causa de que los jóvenes no tengan trabajo y que son los que contribuyen a que las pensiones sean una causa de preocupación para los gobiernos. Pero ¿por qué sucede esto? Muy sencillo: porque hoy en día la procreación se retrasa (los hijos son un problema para los padres que quieren trabajar los dos); el trabajo se especializa, se tecnifica, se digitaliza y robotiza y, cuanto más tiempo pase, menos factor humano será necesario y mayor preparación y conocimientos van a requerirse para poder ocupar un puesto, en el que será preciso un gran dominio técnico sobre la maquinaria sofisticada que va a sustituir a las actuales generaciones de medios productivos.
Un apunte. Durante la pasada crisis económica que comenzó a finales del 2007 y que todavía colea; en muchas familias españolas, en las que el paro afectó a la mayoría de sus miembros, fueron los jubilados, los viejos y los incapacitados quienes ayudaron a sobrevivir a sus hijos con sus pensiones. Y no fueron aquellos que tenían pensiones más sustanciosas, que también, sino aquellos que percibían pensiones de poca cantidad los que acogieron a aquellos hijos que estaban en el paro y que, sin su ayuda, con toda seguridad que todavía lo hubieran pasado peor. Uno se pregunta si, estos viejos pensionistas, estos a los que algunos ya descartan como votantes o piensan que se les deberían retirar las pensiones para que acabaran muriendo o los, más expeditivos, que no se opondrían a que les practicase la eutanasia para eliminarlos; estas personas que, una vez más y en su senectud, habrán sido los que han ofrecido lo poco que tenían para que aquellos hijos o nietos a los que estorbaban, a los que tenían relegados lejos del ambiente familiar o a los que habían enviado a un geriátrico, no se murieran de hambre, pudieran seguir subsistiendo o, incluso, se aprovechaban de lo poco que le quedaba al pariente anciano para su propia supervivencia.
El mundo, desde su creación o desde que el Big Bang esparció por el Universo la materia de la que se formó la Tierra, ha sido testigo de la sucesiva degradación de la raza humana que, a medida que ha sido consciente de su poder, de su superioridad intelectual sobre el resto de seres vivos que lo habitan; desde que el egoísmo y la codicia se han apoderado de los más fuertes, los más espabilados, los menos escrupulosos o los más sinvergüenzas, ha ido quemando etapas donde, a través de revoluciones, guerras, crímenes, limpiezas étnicas, terrorismo, carnicerías religiosas, cataclismos económicos y toda clase de sistemas de exterminio, ha ido regulando el número de habitantes de la tierra y no, precisamente, para dejar paso a los mejores, los más inteligentes, los más solidarios, los mejores dirigentes, los más sabios y los inventores e investigadores más solventes y de más nobles sentimientos.
Últimamente, hemos estado viendo los intentos de aquellos grupos extremistas que, a diferencia a aquellos infelices proletarios de finales del siglo XIX que estaban injustamente explotados por sus amos, que recibían salarios miserables y que trabajaban jornadas interminables, sin apenas tiempo para el descanso; en la actualidad de lo que se quejan es de hay quien no ¡tiene coche! O ¡no pueden irse de vacaciones! O no pueden combinar su vida familiar, porque el marido trabaja a unas horas y la mujer lo hace a otras, o no disponer de nevera o carecer de lavadora… todo ello, según la lista de Euroestat, supone para los que se encuentran en tal situación, el estar en ¡carencia material severa! ¡Si, señores, con un par! ¿En qué situación se encontraban las personas acomodadas de hace setenta años que, en la mayoría de los casos, carecían de todas estas comodidades que hoy se consideran imprescindibles?
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos extraña que en España se hable por los izquierdistas o agitadores profesionales de “situación de miseria” cuando, dentro de Europa, según la agencia de estudios Eurostat, en la lista de las 9 causas que conducen a esta situación de “carencia material severa”, en situación más precaria que la nuestra tenemos a, nada menos, que a ¡19 naciones! Entre ellas Italia, Portugal, Polonia y el mismo promedio de la Eurozona. El mismo RU está en una situación casi idéntica a la nuestra y nadie acusa a los británicos de ser una nación empobrecida o de que no disponga de un nivel de vida razonable. Pero el vender inexactitudes, el tergiversar los hechos, el acusar al gobierno de incapaz y el sembrar odios, mentiras, demagogia y demás trolas, es lo que hace que la gente se sienta dispuesta a colaborar con quienes abusan, de una forma tan indigna y deleznable, de la buena fe de las personas. Pero, no pierdan de vista a quienes son los que más indefensos se encuentran ante estas conspiraciones por el poder, los ancianos, los mismos que estorban a estos jóvenes depredadores, los mismos que los pusieron en el mundo y que, por ello, reciben la recompensa de ser los primeros aspirantes a ser eliminados. DIARIO Bahía de Cádiz