Recibo de vez en cuando correos electrónicos de personas que celebran mis artículos y me indican que les gusta la valentía que transmiten, algo que no es frecuente, añaden mis lectores, a quienes agradezco profundamente que se molesten en escribirme y en concederme el privilegio de comentar mis textos para resaltar aspectos que les puedan parecer positivos o negativos.
Pero yo no soy valiente, sólo hago caso a mi razón y a mi conciencia aunque con demasiada frecuencia me dejo contaminar por mis pasiones y mi atrevimiento. Escribo con eso que se considera valentía porque he conquistado una libertad que se va a ir perdiendo poco a poco (los funcionarios iremos desapareciendo o bajando tremendamente en número e influencia) y porque me la jugué con Franco y si aguanté aquello debo ahora ejercer los derechos por los que luché dentro de las limitaciones que me imponían mi juventud y mis facultades.
Lo extraño es que ahora –supuestamente en democracia- me tengan que hablar tanto de valentía cuando lo habitual debería ser que cada cual ejerciera su derecho a la libre expresión de sus ideas. Sin embargo, al no ser así -ya en mi tesis doctoral que elaboré entre 1989 y 1994 expresé que ni vivimos en democracia ni tenemos pluralismo informativo en los medios masivos de comunicación (sí existe en Internet pero Internet está controlada)- al no ser así, sigo negando que mi sociedad sea democrática.
Se ha instalado una espiral de silencio y es lógico: no existe democracia ni libertad de expresión cuando la mayor parte de los puestos de trabajo son blandos y coyunturales, los parados se cuentan por millones y a eso se añade que casi todos los ciudadanos prefieren no buscarse líos, eso es asunto de filósofos de verdad, de poetas, de profesores, de periodistas, de escritores y de científicos y, más concretamente, de una minoría de ellos.
En mi caso, nada de valiente, debe ser la edad y los intereses que uno se echa encima con los años pero ahora tengo más miedo que cuando militaba contra Franco y ni mis padres ni mis amigos más íntimos ni mis novias de aquellos tiempos lo sabían. Existen listas negras no escritas de “valientes”, los Gervasio Sánchez, por ejemplo, son muy escasos. Sánchez es un periodista valiente que esta semana inaugurará oficialmente el curso en la Facultad de Comunicación de Sevilla donde tengo el honor de trabajar (es una de las mejores del mundo). Sánchez habla del daño que el periodismo actual le está haciendo a la sociedad y denuncia el silencio de los supuestos periodistas de investigación que eran conscientes de escándalos que callaron en su momento. A Sánchez le dan un premio y en lugar de proyectarles incienso a sus “benefactores” aprovecha su carisma y su competencia para lanzar puyas a diestro y siniestro. Pero eso es la excepción, no la norma.
Con Franco sabías por dónde venía el peligro y la corrupción iba adherida al régimen. Ahora no, ahora, en “democracia”, todo es silencio, confabulaciones en despachos, sonrisas por delante y puñaladas por detrás. Todo en nombre de la democracia. Los mediocres se han adueñado de casi todo y se engordan los egos entre ellos. No afirmo que todos sean iguales pero sí que las personas que son ellas mismas o tienen dificultades en sus tareas o no cuentan con ellas para nada o las tienen en cuenta para cubrir el cupo de herejes en las tertulias o de muñecos de las bofetadas en los debates de la televisión espectáculo. Tengo ganas de que hablen sobre todo los que saben y no los que venden pero sé que es un empeño inútil.
Cuando se llega a ciertos niveles un ciudadano y un funcionario público tienen el deber de hablar con pocos pelos en la lengua para defender la res pública y sus propios principios. El miedo habrá que metérselo en ciertos lugares imaginables. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig