“No comparto tus ideas, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas”.
Esta frase la acuñó Voltaire, uno de los principales pensadores de la Ilustración y, por ende, de las sociedades liberales modernas. Si Voltaire hubiera vivido en nuestra época estaría profundamente indignado de ver que un Estado como el español aplica a partir de hoy una ley como la Ley Mordaza.
Este atentado contra la libertad de expresión no es sino una reacción virulenta del Estado contra el poder popular que se estaba haciendo manifiesto en las calles y ahora en las instituciones.
Cada manifestación multitudinaria llenando las calles y las plazas, cada desahucio parado con cadenas humanas, las Mareas de cada uno de los distintos colectivos, las ocupaciones de edificios y viviendas vacíos, las huelgas y las luchas sindicales fuera de los despachos… Cada una de estas cosas hace ver a la gente que tiene el poder y la capacidad de ejercerlo si tiene la voluntad para hacerlo. Y claro, eso no se puede permitir.
La coyuntura económica de Europa y EEUU es insalvable. La mal llamada crisis de 2008 ha dejado de ser una de las tantas crisis transitorias del capitalismo para convertirse en la norma de cientos de miles de familias españolas y europeas. Esta situación de extrema pobreza y desigualdad se está cargando además, de manera agravada, en los países del sur de Europa. Grecia, España, Italia y Portugal nos estamos comiendo lo peor de la crisis de Occidente.
Y estamos peor no solo porque la situación sea mala, sino por las condiciones impuestas desde órganos que ninguno de los pueblos de Europa ha elegido: el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y el capital financiero alemán, que actúa a través de Angela Merkel. Estos órganos saben bien que el sistema está tocado y hundido y que, para salvarse, no se pueden permitir hacer concesiones a las clases populares.
No pueden permitirse que luchemos por una sanidad pública de calidad. No pueden permitirse que defendamos nuestros derechos laborales. No pueden permitirse que exijamos querer cobrar un salario digno y justo. No pueden permitirse que les exijamos más democracia.
Nuestros hermanos y hermanas de Grecia están sufriendo ahora mismo el brutal y fiero ataque de los poderes financieros (los llamados “mercados”) en sus carnes: el Eurogrupo se ha negado a escuchar las propuestas de Syriza y, ante la solicitud de un referéndum popular, están dispuestos a expulsar a Grecia del Euro. Les da igual el sufrimiento humano y la decisión directa de un pueblo soberano, solo buscan perpetuar la esclavitud a través de la deuda y la expansión de los mercados a través del desmantelamiento del sistema público griego.
Aquí comenzamos hoy con otra manera de extorsionar a un pueblo y es impedir que se pueda manifestar directamente en la calle, que pueda alzar su airada voz contra sus (des)gobernantes. Impedir un desahucio, ocupar una entidad bancaria, rodear un edificio, grabar a un agente tendrán sanciones de entre 100 a 600.000 euros. Nos hacen decidir entre ir a defender nuestros derechos o comer este mes o perder nuestras casas.
Esta serie de acontecimientos hace estallar ante los ojos de toda la sociedad uno de los axiomas de nuestra sociedad moderna: que el capitalismo era sinónimo de democracia.
Hoy, el mundo occidental está en una grave crisis, no sólo económica, sino de civilización.
Tenemos que elegir entre la dictadura de los mercados, impuesta a través de los distintos gobiernos de Europa y otros órganos no electos; o la democracia genuina y espontánea de las calles, las plazas y las asambleas que defiende como sagrado los Derechos Humanos y la vida de las personas antes que los intereses económicos de una ínfima minoría.
Nos quieren amordazar, pero les tenemos que enseñar que no hay cadenas ni correas que puedan detener el empuje de un pueblo valiente y soberano que defiende su vida y su dignidad. DIARIO Bahía de Cádiz