Reconozco que llevo mucho atraso en esto de ver series, y que aunque no sea una competición, sí se ha convertido en una carrera personal para ver todas las que merecen la pena. Hace una semana he finiquitado la última temporada de Dexter, siguiéndole la pista a Michael C. Hall, después de disfrutar de la fascinante Six Feet Under.
Dexter Morgan, como ustedes sabrán, es un asesino en serie, que lleva una doble vida. En su vida diaria es un forense que trabaja para la Policía de Miami, especializado en analizar los restos de sangre en crímenes. La otra cara, es la que corresponde al monstruo, al psicópata sin remordimientos, sin emociones. Pero lo “maravilloso” de este personaje es que conecta directamente con lo que todos quisiéramos ser: justicieros con agallas suficientes para cargarnos a los malos, o lo que éstos representan. Y eso precisamente es lo que hace él. Asesinar a los asesinos y malhechores, para limpiar la ciudad, haciéndoles pagar por sus fechorías y por el sufrimiento causado a sus víctimas. Nadie lo pilla nunca. Es meticuloso, ordenado. Corta en pedacitos los cadáveres y los arroja al mar. Crímenes perfectos de los que obtiene siempre un trofeo: una gota de sangre. Y actúa con un código que le permite canalizar su instinto de cazar, de matar.
Visto así, mola, ¿verdad? Aunque no esté bien matar. Aunque la justicia esté para algo, y aunque no encaje en nuestro propio código moral, y haya muchas ocasiones en que los malos estén fuera, y los buenos, jodidos por los malos, tengan que aguantarse, porque si no se aguantan, acaban dentro, antes que los malos. ¿Dónde está Dexter cuando se le necesita?
Y es que poder librar al mundo de los asesinos, de los violadores, de los que hacen desaparecer niñas con sierras radiales, de los que no se acuerdan donde pusieron el cadáver de su novia adolescente, de las mafias que trafican con personas… y que no te pillen, y volver a casa a tomarte un cafelito y un mollete con aceite, como si nada.
Les soy muy sincera: contrataría de buen grado a algún Dexter de éstos, impecable, y lo pondría al servicio de los papás de Marta del Castillo, de mil amores. Y si me dicen que no tengo razón, vale, lo respeto, pero en el fondo, su asesino justiciero interior clama por todo lo contrario a lo políticamente correcto.
Por eso, lejos de inquietarme esta serie, me ha encantado, a pesar de sus muchos fallos de forma y contenido en un guión facilón y previsible en ocasiones (pero tampoco me las voy a dar de entendida, que ni pega ni llega). He disfrutado, y me ha aportado mucha paz interior, sí. Lo que oyen.
Y la razón es que ofrece una perspectiva de la muerte, como en la otra serie de Michael C. Hall, donde es director de una funeraria (ya hablaremos otro día de esta maravilla de la televisión), desdramatizada, e incluso lógica. Los malos, merecen morir. Los buenos, no sufrir porque los malos sufran. Y cuando digo que merecen morir, a lo mejor no es literal, ya que parece que defiendo la pena capital, y no es así, es un debate mucho más complicado. Hay muchas formas de terminar la vida.
Y a veces sí que son envidiables los psicópatas, si es que es verdad que ni sienten ni padecen, porque, díganme ustedes, ¿para qué volverse loco con tanto dolor, con tantos sentimientos, con tantos remordimientos? A veces es mejor estar ya majara de fábrica, y con código de barras, o de justiciero. Yo que sé.
Léase esta columna con su justa dosis de ironía y paciencia.
Disculpen, es el calor. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso
Del todo de acuerdo contigo, Rosario, es mas Dexter es una serie que he seguido en sus ldistintas temporadas, y que considero desde ya «de culto». Imprescindible, y que nos lleva a un debate moral.