Sí -esta es la expresión- que me sale de lo más profundo de mí ser: ‘pena’ y ‘tristeza’. Y suele sucederme cada vez que presencio el lamentable espectáculo, que en la mayoría de los casos, se producen en los debates televisivos en cualquiera de las cadenas de las que disponemos.
Naturalmente me refiero a los debates de los políticos sobre la política misma. Y es que la política ha llegado a un punto, que no sólo nos envuelve a nosotros mismos, sino que también envuelve al país entero.
Y no hay una parcela de la sociedad donde la política, no esté presente. Es decir, no hay un sector que se escape de su presencia y de sus efectos, según y de qué manera convenga a los intereses de sus dirigentes y ejecutivos.
Pero esta circunstancia, no es la más grave. Lo que realmente es grave y mucho, es lo que sucede en los debates como el enfrentamiento, las descalificaciones, el cruce de reproche sin respetar el turno del que habla; interfiriéndoles constantemente como si fuese una técnica para impedirle que su exposición sea oída.
O el pretender tener siempre su razón y no la razón. Y cuando no, utilizar una posición intransigente, que generalmente deriva en actitudes insólitas e intolerantes carentes de respetos mutuos. Incluso empleando un discurso de despecho y revanchismo, más cercano al resentimiento, que a la cordura.
Actitudes que no se entiende muy bien, porque las ideas y los planteamientos son libres de exponerlos, de manifestarlos y debatirlos cuales quieran que sean, pero siempre desde el respecto, la coherencia, la discusión razonada; obviando dañar la dignidad de las personas, que en ocasiones a veces se pisotea impunemente.
En mi opinión creo que el político nunca tendrá talla política, hasta que no considere que su opositor no es su enemigo, sino su otro igual. Y que se trata de un adversario al que hay que vencer o convencer con argumentos y hechos razonables realizados en buena lid, dentro de las normas más elementales de la conducta humana.
Ni la oposición será tal, ni efectiva, mientras se dedique más al acoso o al derribo, y no a ejercer el control justo y necesario del que gobierna; sea el que sea y sin aportar ideas relevantes. Ni menos aún sin consensuar los asuntos de interés general, común y de Estado.
Se supone que después de la constitución, han transcurridos casi 40 años y hemos alcanzado ya -creo- la mayoría de edad política. Y todos sabemos -creo también- que la democracia no significa que cada cual actúe arbitrariamente, ‘lo sabemos todos’. Sin embargo parece que ha servido para algunos como la gran oportunidad de posicionarse con otros fines muy distintos de sus verdaderos y auténticos objetivos.
Y como consecuencias, tenemos lo de siempre, una mal llamada democracia o a la española, que como en tanta y diversas ocasiones de nuestra historia, no solamente en política, sino en otras actividades ajenas a la misma; pretendemos incorporar mal copiando o como mucho extremando, lo que sucede en otros lugares a pesar de sus fracasos a la vista de todos.
O seguramente será que no hemos hecho bien los deberes. Y cuando estos no se hacen bien, su calificación final es la de un ‘suspenso’ absoluto. Pero como todos los suspensos, tienen vías de recuperación y de superación si entre todos lo ¡Intentamos!
Es cierto que todos los movimientos de las nuevas hornadas generacionales, suelen producir cambios en la sociedad. Lo que no debe constituir un síntoma de inestabilidad sino todo lo contrario, porque forma parte inherente del comportamiento humano.
Sin embargo no debería ir más allá de una consecuencia lógica, y legítima por cuya razón se producen estos choques de discrepancias de ideas entre generaciones, sujetas a debates razonables y consecuentes.
Pero lo más sorprendente es la transformación que pretende una parte de nuestra sociedad en su intento de modificarla, según y de qué manera, como si fueran los únicos salvadores de la patria mediante un discurso cuyo fondo fomenta revivir tiempos pasados, que no se deberían repetir, en lugar de sustituirlo por otro más moderno, coherente, participativo y con amplitud de miras, que llegue a la generalidad de los ciudadanos y no solamente a una parte de la sociedad; porque si no siempre estaremos envueltos en la misma madeja.
Y sus consecuencias tendrán que ser analizadas y autocriticadas convenientemente por los políticos acomodados, que han permanecidos inmóviles en ciertos aspectos; facilitando un espacio vacío, que ahora pretende ocuparlo otras fuerzas, otras ideas y otros etcéteras, guste o no con toda la legalidad, que las leyes les asisten. Otra cosa muy distinta es cuando se actúa vulnerando las normas y los mecanismos de las citadas leyes.
Por eso si nos fijamos detenidamente, observaremos que el sentimiento a veces nubla al pensamiento y anula a la razón. Más aún cuando la edad cronológica y la edad política no está relacionada con las ideas políticas del momento, pero entonces la ignorancia si lo está.
Y mientras tanto, distraídos en estos menesteres se soslaya, no se aprecia, no se valora siquiera, ni se pone énfasis en su justa medida a todo aquello bueno y abundante de lo que disponemos.
Tenemos un país maravilloso, hospitalario, generoso, de grandes ciudades, de recoletos pueblos, de una gran variedad de recursos naturales: agrícolas, comerciales e industriales, etcéteras y de unas condiciones climáticas excepcionales, de muchas horas de sol, de una gran extensión de costas con magníficas y envidiables playas.
Y de una panorámica interior compuesta de multitudes de selectos y excepcionales paisajes; de ríos, lagos, valles, nieve y montañas, de interesantes ciudades medievales y culturales, muchas de ellas, patrimonio de la humanidad; llenas de artes, de museos, de monumentos y catedrales, de vestigios fenicios, celtas, visigodos, románicos, o árabes. Y también de ocios, de fiestas folclóricas y tradicionales de repercusión mundial y de miles de historias sugestivas e interesantes.
Pero sobre todo destacamos por nuestra desprendida y especial forma de ser y comportarnos, por nuestras bondades, simpatías y espontaneidad. Y por la gran virtud de poseer una rica gastronomía variada, suculenta, apetitosa e inigualable, considerada de las mejores del mundo. ¿Cuántas veces hemos escuchados: ¿Cómo se vive y se come en España, en ‘ningún lugar’?
Y por todo eso, los extranjeros nos estiman, nos valoran y no sólo nos visitan, sino que se afincan en nuestros pueblos y ciudades; apreciándolas y disfrutándolas, incluso más que nosotros mismos.
Por tanto de ningún modo debemos permitir destruir ni desestimar este gran patrimonio que tenemos y de todo lo que hemos construidos juntos a lo largo de nuestra historia. Sino todo lo contrario; todos unidos, codo con codo y remando en la misma dirección independientemente de las ideologías de cada uno, deberíamos trabajar en común, para hacer de España un país fuerte y cada vez más próspero y apetecible para vivir en él razonablemente, en paz, reconciliados y en eterna convivencia pacífica y de sosegada concordia.
Pues por todo lo descrito no se entiende cómo ‘muchos ciudadanos’, que viven aquí, comen aquí, duermen aquí, se divierten aquí, reciben premios y subvenciones y además se sustentan del dinero público que reciben de todos los contribuyentes españoles a través del Estado; ‘reniegan’ de ser español… ¡Pero en cambio no se van!
Y así hay que decirlo porque es una realidad clara, manifiesta y evidente, que nuestro querido país no sólo se sostiene a pesar de… Sino que sostiene también a ‘aquellos’ que pretenden romperla.
Pero hoy pese a todos los inconvenientes habidos y por haber; son mas los ciudadanos que afortunadamente consideran que vivir en España, quererla, amarla y sentirla. En definitiva ser ‘español’ constituye un verdadero y auténtico privilegio. DIARIO Bahía de Cádiz