El paro sigue subiendo, la economía europea se encamina a la deflación, ya ni la ética protestante ni la judía paran esto, el FMI anuncia casi un estancamiento de todo el aparato productivo. Crecer, crecer, crecer, he aquí la obsesión del FMI y de su vocera Lagarde a la que no se le ve la diferencia feminista por parte alguna, como tampoco se la veo a Sáenz de Santamaría, Cospedal o Susana Díaz en España. De boquilla, sí, pero eso es humo y viento. En realidad, lo que hacen estas mujeres es prolongar la agonía que hemos sembrado los hombres.
Hay que crecer para pagarle al FMI todo lo que presta a unos y a otros. Y crecer significa una carrera contra reloj para evitar que las llamadas economías sanas y emergentes no acaben con nosotros y el FMI se quede sin su dinero. La usura, la codicia y el malestar general que esta dinámica provocan –todo presentado como emprendimiento, democracia, libertad- están acabando con el planeta y con la especie que ya apenas procrea salvo en el tercer mundo. Lo moderno ahora es abortar o ser madre casi cuando se está para sopitas y buen vino.
Desde el punto de vista de lo cultural yo puedo arreglar el mundo en una tarde porque la imaginación es muy atrevida y el papel o la pantalla del ordenador son muy sufridos, aguantan lo que les echen. El novelista se sienta en una mesa y crea una historia fantasiosa que luego se vende como rosquillas, la llevan al cine y a la televisión y termina configurando mentalidades y comportamientos fuera de la realidad también y se forma un bucle de insensateces variadas que terminan por ser dogmáticas y excluyentes no por inteligentes sino por todo lo contrario porque su base de partida es totalmente falsa.
Sin embargo, el innatismo va por otro lado y esa pugna entre cultura e innatismo provoca estados de enajenación mental. Cada cosa no tiene ya su tiempo, todo se hace en un tiempo inventado desde la abstracción del deseo. Uno de sus resultados es el estrés con que se vive, el paro, la falta de procreación, el aumento de la edad de la población. España y el mundo se llenan de viejos, el mercado está preocupado porque no sabe qué va a hacer con los viejos en 2050, me voy a librar por los pelos porque ya la habré espichado pero, ¿qué vais a hacer con los viejos, jóvenes? Vosotros en paro y algunos trabajando pero ellos ahí, vivos, por culpa de la ciencia y de la cultura alimenticia sana. Ahí están los viejos, tan panchos, sonrientes, ¿qué hacer con ellos? Y voy más lejos, ¿qué van a hacer con vosotros, jóvenes, si llegáis a viejos?
Seamos sinceros y cortemos por lo sano: qué bueno sería si llegara un Hitler y los gaseara porque, ¿para qué sirven ya los viejos? “Del viejo, el consejo”, rezaba el dicho. ¿Qué consejos nos van a dar en estos tiempos los viejos si no saben nada de lo que necesitamos saber? El humano muere en vida a una edad determinada, se estanca, tira la toalla, no quiere seguir adelante con las tecnologías y los idiomas que es lo único útil que existe ya. Y, sin embargo, cuando envejece hay que seguir manteniéndolo con dinero público que sale de los impuestos de todos (y todas, que no haya conflicto).
Encima llega el Alzheimer y la chochera en general y cuando haya remedio para eso entonces tendremos aún a más viejos. Lo peor de todo es que ya no sólo nos preguntamos qué hacer con los viejos sino qué hacer con los jóvenes que no tengan la mente técnica sino que se pregunten el por qué de las cosas, qué hacer con el poeta, con el pintor, con el creador en general que no ejerza de acuerdo con los gustos del mercado, de acuerdo con las tendencias de los públicos más masivos porque hemos perdido el norte y ya no nos acordamos de nada de nuestra Historia y si no queremos el consejo de los viejos también rechazamos a la Historia como maestra de la vida y como elemento básico en el que se encuentran todas las respuestas. Han ganado los mercaderes, los horteros incultos y necios que confunden valor y precio. DIARIO Bahía de Cádiz