En este mundo de nuestras culpas que no está tocando vivir, se aprecia en algunos sectores de la sociedad una desenfrenada carrerilla por el culto a las veleidades, a las diversiones frívolas, a lo superfluo y a veces al ocio desenfrenado. Por ende se observa también una desorbitada tendencia a disputar y a protestar por todo.
Cierto es que los seres humanos son libres en sus manifestaciones y dueños de sus propias conductas y actuaciones, aunque en ocasiones se olvidan del límite de sus responsabilidades de las que son únicos deudores y responsables.
Igualmente es cierto que hay cosas que no funcionan bien y es bueno denunciarlas para que mejoren, pero siempre dentro de la compostura debida, el respeto digno, el fundamento necesario, el talante y el estilo adecuado que, sin duda, es la fórmula más correcta y la mejor manera de acometerlas.
Medar, destruir y descalificar resulta infinitamente más cómodo y fácil que proyectar, construir o edificar. Esto siempre ha sido así, pero hoy más que nunca se polemiza y se critica por lo más insignificante y lo peor es que cada cual se cree posesionado de su razón y no de la razón, que intenta demostrar: utilizando todos los medios posibles a su alcance, tanto los válidos y los que no.
Sin embargo la vehemencia empleada en la forma en que se suele abordar estas cuestiones, lamentablemente y con demasiada frecuencia carecen de la cordura y de la reflexión suficiente; sin detenerse siquiera a pensar en ‘’el punto de vista’’ de los demás y sin tener las ideas claras y la conciencia plena y objetiva del tema interpelado y/o del interpelante.
Estas curiosas disputas, siempre me recuerdan una simpática anécdota de un viejo profesor de psicología que tuve la suerte de tener, referente a un examen de la zoología sobre el comportamiento de las hormigas.
Decía que éstas divide al mundo animal en dos grupos: los mansos o insumisos como el león, el tigre y la hiena y los feroces como la gallina, el pato y las avecillas.
Como se ve todo en la vida es relativo; todo es según el punto de vista y depende mucho del color del cristal con que se mira. DIARIO Bahía de Cádiz