El deterioro de la sanidad pública es un hecho incuestionable, atrás quedaron aquellas soflamas de que teníamos la mejor sanidad pública del mundo. Hoy la decadencia es palpable fruto, principalmente, porque algunos han puesto su ideología supuestamente neoliberal en ella para hacer negocio, pero también por una ineficacia en la gestión de la misma.
Excusas para justificar el declive manifiesto de la sanidad pública en general y, sobre todo, en la atención médica primaria, las hay de todo tipo y algunas de ellas rocambolescas. No está exento de razón aquello de que para privatizar o externalizar un servicio público, no tienes más que dejar que se deteriore por falta de gestión e inversión. Esto se está cumpliendo a raja tabla en la sanidad pública. Se desacredita el sistema público para luego plantear la iniciativa privada como solución, pese a que los sistemas sanitarios con más participación privada son los más caros del mundo.
Se desacredita el sistema público de salud fomentando un discurso que cuestiona su sostenibilidad y recuerda sistemáticamente su amplia deuda acumulada.
Entre las rocambolescas, hay que mencionar a la presidenta de la comunidad madrileña, Díaz Ayuso, que ante las colas interminables en las puertas de los pocos centros de salud que aún mantiene abiertos y las quejas de usuarios al no poder obtener citas, lo pretendió justificar culpando a los profesionales, a modo de conjura y boicot intencionado contra ella. Nada de extrañar en alguien que confunde deliberadamente libertad con libre albedrío. En Madrid hay derecho a tomarse una cañita en una terraza pero no para que te atienda debidamente un médico.
No menos inverosímil es la dada por el todavía vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín, que para pretender justificar la no renovación de contrato a 8000 profesionales de la sanidad en la comunidad autónoma andaluza y ante los problemas en la atención primaria se hacia la siguiente pregunta retorica: “¿alguien me puede decir que si con la renovación de los contratos a esos 8.000 profesionales de la sanidad se acabaría todo?”. Todo ello mientras que se pide que médicos y enfermeras jubilados se incorporen de nuevo a su puesto de trabajo y se desvíen usuarios a la sanidad privada.
Habría que decirle que, por supuesto, no se acaba todo, pero se podría empezar a evitar que las personas que necesitan atención médica no tengan que aguantar interminables colas y esperar una cita para dentro de varios meses. Lo que sí acabaría con gran parte de todo es que un tonto útil e idiota a la vez, cuando no desvergonzado, que lo más destacado que se le aprecia es haber sido chico de los recados de la Junta de Andalucía, dejara de ostentar la responsabilidad que tiene.
El declive de la sanidad se ha venido larvando desde hace años fruto de los recortes sistemáticos que venía soportando en infraestructuras y recursos humanos a modo de demolición programada. La pandemia no ha hecho más que sacarla a relucir en todo su crudeza. En general, el déficit de profesionales se concentra en medicina de familia, pediatría de atención primaria, anestesia y radiología. Algunos puestos de trabajo tardan un año en encontrar quién lo ocupe. La decadencia de la sanidad pública es el resultado de un modelo de gestión que somete las decisiones médicas a criterios políticos en el que se busca una supuesta eficiencia pagando sueldos bajos y que coacciona a sus profesionales en lugar de incentivarlos.
Los ciudadanos y profesionales no somos inocentes del todo, aunque sí los principales sufridores del deterioro. Por desinterés, ignorancia, o connivencia, hemos mirado de lado y ahora alarmados nos rasgamos, con razón, las vestiduras. DIARIO Bahía de Cádiz