Es muy propio de algunas organizaciones o de colectivos eso de construir héroes, otorgándoles exageradas virtudes y capacidades, de la misma manera que también es propio convertirlos en villanos y aquellas virtudes y cualidades trocan, con la misma exageración, en vileza cuando no en abyección sin solución de continuidad, en la mayoría de los casos.
Los actuales son tiempos en que todo va muy rápido, en que sólo se valora lo instantáneo y lo sucedido ayer importa poco porque ya es historia. Las noticias dejan de serlo en el momento siguiente de ser conocidas. Nada es, todo cambia. Lo dice Zuckerberg, pero hace 2.500 años lo escribió Heráclito. Así que los héroes y villanos se renuevan a diario. En ocasiones, quien se creía ser un icono deviene al segundo siguiente en un apestado. Todo fluye, como advertían los presocráticos y muy deprisa. Y aquel héroe, ahora es villano sin más.
En el fluir vertiginoso del universo de pantallas digitales, que ilusamente creemos controlar, no es necesario que el supuesto héroe se equivoque o haga algo considerado impropio de la condición otorgada, tan solo que dentro del colectivo se considere artificialmente que aquello que siempre ha dicho o mantenía considerado como hazaña ahora, por la razón que sea, ya no es considerado como tal. En este loco mundo hay métodos para convertir a un líder en bellaco, solo es suficiente asomarse a internet y a fuerza de un click se puede tener acceso a métodos y tratados metodológicos para tal fin.
No hay que confundir a los villanos antaño héroes con los que comportan en política como Dr. Jekill y Mr. Hyde o dicho con terminología más actual 1/0, ahora sí, ahora no, estos son una estirpe distinta y más letales que merecen un tratamiento a parte.
Un caso paradigmático es el de Julian Assange, el editor australiano que cofundó Wikileaks en el 2006, que ha pasado de la admiración al rechazo. El hombre que usó la tecnología como arma para denunciar la corrupción del planeta fue visto como un superhéroe de Marvel, pero hoy es un preso de mirada perdida.
Más cercano aún es el caso de Baltazar Garzón, se convirtió en unos años en el juez más mediático de la historia universal, al impartir justicia desde España a todo el mundo. Buscó castigar a Pinochet, al ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, por la Operación Cóndor en América Latina, y ordenó el arresto de Osama Bin Laden. Garzón puso al descubierto la red de corrupción al interior del instituto político involucrando sus altos mandos (el llamado caso Gürtel). Sin embargo, tras una campaña de desprestigio encabezada por el Partido Popular se consiguió apartarlo de la carrera judicial acusado de prevaricación. Recientemente, el Comité de Derechos Humanos de la ONU ha dictaminado que Baltazar Garzón fue inhabilitado como juez por una sentencia «arbitraria» del Tribunal Supremo y ha pedido a España, que es parte, que borre sus antecedentes penales y le proporcione compensación adecuada por el daño sufrido.
Los casos más sangrantes de héroes convertidos en villanos de la noche a la mañana, son los que nunca fueron proclives al halago ni permeables a la crítica ni han pretendido pasar como héroes ni líderes, no reconociéndose como tales en ningún aspecto y que nunca pretendieron unanimidad a sus opiniones y, por tanto, tampoco se pueden reconocer así mismos como villanos y se encuentran ante una deriva de la que no pueden salir, o tampoco ya les importa poder salir al sentirse liberados en cierto modo del yugo impostado del colectivo en el que le reconocían cualidades y valores de forma tan gratuitamente y ahora ya no.
En cualquier caso, en ocasiones caer en desgracia es un privilegio o una necesaria liberación no al alcance de muchos. DIARIO Bahía de Cádiz