He escuchado y leído tantas opiniones sobre lo divino y lo humano estos días, a raíz de la nueva y complicada situación política de este país en general y de Cádiz en particular, que me hallo saturada en grado máximo.
Aun así, difícil me resulta sustraerme al tema, apasionada de la política como soy. A estas alturas del partido ya se ha escrito y se ha dicho prácticamente todo. Apasionantes, y muchas veces realmente ilustrativos, los debates en redes sociales. Ágoras de nuestros días transmutados en vertederos de bilis. Lo malo (en realidad, lo bueno) es que lo que está escrito permanece y si no que se lo digan al nuevo concejal madrileño. Nuevo y efímero, espero.
En los últimos días fui testigo de una conversación especialmente reveladora, a mi entender. No se hablaba de política exactamente aunque yo comprendí muchas cosas tras escucharla. Una señora de edad provecta, con un nivel cultural y académico por encima de la media de las mujeres de su generación, ahora ya jubilada, echa un cable en una parroquia con la intendencia y el papeleo. Entre otras cosas distribuye y controla las ayudas alimenticias de las personas sin recursos y en riesgo de exclusión social.
Airada comentaba como una de las beneficiarias de estas ayudas, madre de varios niños pequeños, gastaba en bollicaos, donuts y otras viandas poco sanas nutricionalmente hablando, la desprendida caridad (malentendida) que se le proporcionaba. Aunque se le había insistido en que lo que sus hijos necesitaban era leche, pan, aceite, mantequilla y fruta; ella tiraba por la calle de en medio con reprochable irresponsabilidad. Tanto es así, que estaban pensando en retirarle la mencionada “ayuda” si no se enmendaba.
Por supuesto, además de esta ayuda tenía luz y agua pagadas por el Ayuntamiento y algunos ingresos asistenciales más, al contar con una familia numerosa, pese a su juventud. Los trabajos que se le buscaban eran rechazados sistemáticamente. Le era imposible compaginar cualquier actividad remunerada con el cuidado de tanta prole. De su inactiva pareja y padre de los susodichos, no hay noticias. Imagino que tampoco le era posible quedarse al cuidado de sus vástagos mientras ella trabajaba. No lo sé, así que no hago valoraciones.
En varios de los intentos que se realizaron por explicarle unas mínimas nociones sobre nutrición, la narradora de esta historia insistía en que el desayuno mediterráneo (pan, aceite o mantequilla) era lo que “ella” había desayunado toda la vida. El fin, que entendiera que no eran cosas raras, que muy al contrario era lo más sano. Ella era el ejemplo viviente de que esa alimentación era la correcta. Ella.
No le faltaba razón me diréis, y no le falta seguramente, si al final del relato, sabiéndose (suponiéndose) entre iguales, no hubiera deslizado un pensamiento que no se dijo en voz alta hasta aquel momento: “si es lo que he comido yo toda la vida y soy una señora ¿no vas a poder comerlo tú que eres una desgraciada?”
Aquí nos movemos señores, entre estas dos mujeres nos movemos la inmensa mayoría: la castigada y paciente clase media. Nosotros soportamos todos los desmanes de los que creen que el chiringuito es suyo porque son “señores” que todo lo merecen. Nosotros soportamos todos los gastos de los que creen que tienen derecho a todo sin dar un palo al agua. Nuestro dinero los mantiene a todos. El dinero de la gente que se levanta cada día a trabajar, a pagar impuestos sin rechistar y a llegar a fin de mes como buenamente pueden. Con más o menos desahogo pero con su esfuerzo únicamente.
Todo lo que bancos, bancarios, asesores, especuladores, corruptos y demás sinvergüenzas bien vestidos con pedigrí se han llevado sale de nuestras nóminas. Todo lo que se paga y con lo que se mantiene a subsidiados no necesitados, sale de nuestras nóminas. Somos la mayoría, por si no lo sabían o no se habían dado cuenta.
Como comunidad debemos hacernos cargo de los necesitados, por supuesto. Debemos cubrir las necesidades de nuestra gente por un mínimo de decencia ciudadana. Necesidades de verdad. Todo lo demás resta fondos de la ayuda a aquellos que realmente viven situaciones de emergencia real.
Me queda el derecho al pataleo y desde aquí lo ejerzo. Seguramente nada va a cambiar. También puede que cambie todo, para que todo, al menos para nosotros, siga igual. DIARIO Bahía de Cádiz
Asi es ,unos por (SEÑORES) y otros por que se creen que todo les es (DEBIDO) los paganos ya se sabe,los de siempre.