En estos días no paro de rememorar la primera victoria de Obama, no ceso de buscar y de deleitarme con los videos de YouTube de la Casa Blanca, de sus intervenciones en el show de Ellen Degeners, Jimmy Fallon y tantos otros. Veo una y otra vez el baile con la primera dama al son de la canción que les cantaba Beyonce en la noche triunfal, y me entra una pena, penita, pena…
No recuerdo un personaje público con tanta elegancia de forma y fondo como tiene Barack Obama. Puedo pasar horas escuchando sus discursos, sus intervenciones formales e informales. Hasta sus pausas exageradas me gustan. Disfruto con su oratoria y comulgo con muchísimas de sus sensatas opiniones.
Lo que representó la llegada de los Obama a la Casa Blanca –que como bien recordó Michelle Obama en una de sus intervenciones, fue construida por esclavos– es de sobra conocido por todos. Lo que representa su salida también.
(No seré yo la que cuestione la democracia. Jamás. Me parecen profundamente antidemocráticos los argumentos de los votos de calidad y el insulto a la inteligencia del prójimo que no opina como tú. Un hombre es un voto y ninguno vale más que otro, aunque este simple principio fundamental de nuestro sistema no les guste a los poseedores de las verdades absolutas.)
Pero más allá de la infinidad de análisis políticos de estos días, algunos verdaderamente brillantes, el nuevo inquilino de la Casa Blanca no sólo es la antítesis de su predecesor en temas políticos, es la antítesis en todo, absolutamente en todo.
No se puede ser más hortera, más zafio, más bocazas y más soez. Cierto es que no se necesita ser bonito para dirigir un país, pero el amigo americano que se nos viene encima da bastante grima, en el fondo y en la forma. Quieras que no, se trata del jefe del país más poderoso de la tierra, y esto viene a dar un cierto repelús cuando se piensa.
Ese pelazo entre amarillo y naranja a juego con ese cutis brillante y anaranjado también, esos andares de elefante en una cacharrería y esa bufanda colorá por encima del traje con faldoncillos (¡con lo bien que le quedan los trajes impecables a Barack Hussein, por Dior!) hieren la sensibilidad más insensible.
Como si esto no fuera suficiente, nos muestran a todo color su hogar habitual en la conocida torre Trump de Nueva York y no hay rincón que no indique un pésimo gusto y un buen montón de miles de dólares.
Todo ello sumado a sus ya conocidas actitudes de matón, misógino racista y xenófobo nos llevan por el camino más fácil: los americanos han perdido el norte.
Para qué nos vamos a parar a pensar en que esos mismos americanos votaron a Obama y lo mantuvieron en el poder durante dos mandatos. Nuestra “superioridad moral” dictamina que los habitantes de los Estados Unidos no saben dónde tienen la mano derecha. Análisis los necesarios.
Parecida cuestión en nuestro país suscita las mismas respuestas: la victoria del Partido Popular o el apoyo del PSOE a la investidura de Mariano Rajoy.
No entro a valorar lo que a mí personalmente me hubiera gustado que sucediera, lo que me llama profundamente la atención es la pretendida superioridad moral y la soberbia intelectual de aquellos que cuestionan las razones y los votos del prójimo. Si, como argumentan, el votar o apoyar a un partido como el PP es incomprensible por los factores que continuamente se denuncian: corrupción, recortes, puertas giratorias, educación, sanidad etc.; lo que parece totalmente incomprensible es que los demás no hagan un análisis serio del porqué de estos resultados.
Nadie ha entonado un mea culpa o tan siquiera una mínima critica. Si gana el Partido Popular es porque los demás no han obtenido la suficiente confianza de los ciudadanos. Tan simple y tan complejo como eso. Las razones de estos resultados no parecen tener que ver con ellos, siempre hay algo o alguien a quien echarle la culpa: las empresas del IBEX, Telefónica, la “máquina del fango”, la patronal, la incultura del electorado, la gente de los pueblos, los mayores de 50 años…
¿Tiene un voto de un señor de un pueblo de Cádiz o Salamanca menos valor que el de uno de Madrid? ¿Tiene un voto de una señora de sesenta y siete años menos valor que el de una de veintitrés? ¿Qué me estáis contando? ¿De quién es la responsabilidad, del que gana o del que pierde?
Si no existe un gobierno progresista en este país es por culpa, si es que nos ponemos a repartir culpas, del PSOE, de Izquierda Unida y de Podemos, no de los electores.
Los ciudadanos no son idiotas y las razones de los nueve millones de votantes del Partido Popular son tan respetables como las de cualquiera, me guste a mí o no me guste. Tal vez lo indicado seria indagar en ellas y entenderlas, porque si no, a lo mejor pasa como cuando escuché a Rufián insultar al partido socialista en el Congreso, que me entraron ganas de volver a votar al PSOE.
No nos vaya a salir el tiro por la culata por ser tan “listos” ¿Verdad Hillary? DIARIO Bahía de Cádiz