Nuestros políticos y políticas, cuando hablan de sus hijos e hijas, y de sus respectivos esposos y esposas, novios y novias, suelen acudir a esta moda tan dañina del lenguaje políticamente correcto.
Lo mismo hacen cuando se dirigen a los ciudadanos y ciudadanas, ya sean gaditanos o gaditanas, jerezanos o jerezanas, isleños o isleñas, porteños o porteñas (como gusta a algunos portuenses referirse a sus paisanos y paisanas), chiclaneros y chiclaneras, puertorrealeños y puertorrealeñas o roteños y roteñas. Y menos mal que la Bahía de Cádiz se queda ahí…
La cosa es que en muchas ruedas de prensa, discursos e intervenciones, al final lo que queda es casi nada, porque los unos y las unas, los otros y las otras, aquellos y aquellas, estos y éstas, esos y esas se perderán en la forma, olvidando el fondo. Sí, en esta ocasión, el continente le puede al contenido, sin que eso sea algo que nos deba extrañar a propios y propias y a extraños o extrañas.
Bueno, aunque eso ocurre si se les pilla hablando, porque ya escribiendo es otra cosa. Ahí entonces aparecen las @ como forma de economizar el lenguaje y los caracteres de los tuits y entradas de las redes sociales Twitter y Facebook, por ejemplo. Aunque lo que llama la atención de manera destacada es la última tendencia, esa que usa la x como elemento igualitario, para permitir escribir todxs, algunxs, muchxs… El no va más, vaya.
Habrá quien piense que soy políticamente incorrecto, que no creo en la igualdad e, incluso, puede que alguien hasta me llame machista. A esa gente, les diría que, cuando reclamen la imposición de ese tipo de prácticas del denominado lenguaje no sexista en los medios de comunicación, hagan el ejercicio de intentar leer un texto que presente cada término con su versión masculina y la femenina, o la femenina y la masculina, como gusten.
Hay quien lleva hasta el infinito la idea de que el lenguaje impone el patriarcado, la represión de la mujer, la desigualdad entre el macho y la hembra. Digo yo, que eso será en la mente de quien piense así, de quien en su educación no haya conseguido asimilar determinados conceptos e ideas, de quien pese a que se le impusiera escribir en la pizarra 100 veces la mujer no es propiedad del hombre seguiría pensando que eso es así.
Ciudadanía, vecindad, gente… son términos que hablan del conjunto y que muchas veces ayudan a salvar un entuerto, pero el lenguaje periodístico tiene que ser funcional, pues pretende ante todo informar. Debe ser claro, conciso, preciso, fluido, sencillo, ágil y fácilmente comprensible para el lector. Díganme si el principio de este artículo les resulta claro, conciso, preciso, fluido, sencillo, ágil y fácilmente comprensible o, si por el contrario, cuando han conseguido acabar los dos primeros párrafos (si han tenido el valor de llegar al final) no saben ni qué han leído.
El lenguaje en el Periodismo tiene que ser económico: ser lo más fiel posible a la realidad con el número de palabras justas, ni más ni menos. Y todo ello lo tiene que hacer en poco tiempo, el periodista necesita escribir rápido. Busca captar, interesar y retener al lector mientras lee la noticia. Toda utilización del lenguaje que dificulte esto resultará un fracaso.
Es cierto que hay un gran debate en torno al denominado lenguaje inclusivo, con defensores y detractores, si puede decirse así, como la Real Academia de la Lengua Española (RAE), que ha mostrado su rechazo al “ciudadanos y ciudadanas”. Yo no soy políticamente correcto, pero es que, por defecto profesional, no puedo. Lo siento. Y creo que así piensan muchos de mis ‘colegas’.
Eso sí, creo que antes de ‘perder el tiempo’ con el lenguaje, habría que erradicar prácticas como abaratar el precio de las entradas para mujeres en estadios deportivos, tal y como ocurre en discotecas, por ejemplo, donde son utilizadas como reclamo. Ya se sabe: cuando algo es gratuito, si no pagas, tú eres el producto. DIARIO Bahía de Cádiz