Pienso en la primera cereza de verano, se la doy y ella se la lleva a la boca, me mira con ojos cálidos de agradecimientos, de pecado, de asombro…, mientras hace suya la carne. De repente me besa apasionadamente y me la devuelve con la boca, y yo que ya voy tocado para siempre, llevo el hueso de la cereza todo el día rodando entre mis dientes, como una especie de teclado de la misma manera que una nota musical… silvestre.
Por la noche:”Tengo algo para ti, amor”. Dejo sobre su boca ‘el hueso de la primera cereza’. Pero ahora, ella no quiere ver ni hablar. Así es la libertad del hueso. Busco, beso, y consuelo a mi madre -su retrato-, que me temo que se marchó de la ciudad. Me gusta tanto recordarme cundo…se movía con esos patines de nieve pura muy ajustados a sus frágiles pies…Y claro está, “Dicen que está muerta, pero yo la creo viva”, por qué la quise tanto como se quieren a los pajarillos del campo: “Se oyen pero no se ven, y sus melodías son interminables, como si fueran cascadas de agua cayendo por las montañas, también con agua interminable de libertad”.
El estar libre, el ser libre es como tener la ilusión de poder irme a cualquier parte. Quizá el tiempo y la muerte nos perdonan los actos cometidos fuera de la ley, y esto es casi cierto cuando mi soledad-llena de pensamientos-me hace recordar algún verso que otro, “(…) me abandono al viento cuando estoy solo, y los pétalos sueltos de rosa muerte voltean por encima de mis zapatos”. Siempre han sido y son pétalos de libertad…
Corrían que volaban a mi dormitorio, cuando cenaba con pocas ganas y de mis ojos caían lágrimas de invierno: ¡Qué noche pesada y problemática! Cada uno de nosotros cuando nacemos tenemos un objetivo, y del mismo modo que se forman a lo largo de los tiempo médicos, ingenieros, arquitectos, también columnistas de periódicos: todos ellos en completa libertad con lo que han escogido. En democracia estos últimos, y marcando las tendencias de sus periódicos, tienen un objetivo que es, sin duda, salvar cualquier democracia dentro de la libertad de sus propias ideas: la libertad de opinión.
Se trata también de que cada ciudadano pueda expresar, y en la calle, lo que piensa- dentro de las leyes de cada país, y que no se limite a ‘votar cada cuatro años’. Los ciudadanos prefieren las democracias, siempre y cuando sus gobernantes sean personas honradas y honestas-por los cuatro costados. Y hemos de comprender también que, el valor que da la libertad, a veces, se salta dos generaciones.
Y es que todos los seres humanos nacemos, en principio, con semillas de bondad, racionalidad y generosidad. Pero, al mismo tiempo, se desarrollan en el interior de nuestros corazones simientes de odio, xenofobia, crueldad, violencia… (Los animales matan por hambre, pero los hombres/mujeres matan por puro placer… ¡Triste y puro placer!). Cuando cometemos crueldad contra los menores, los convertimos en juguetes rotos de por vida. Ashley_Montagu dejó escrito: “Aprender a hablar nos cuesta muchos meses. Aprender a amar puede costar años. Ningún ser humano nace con impulsos hostiles o violentos, y nadie se vuelve hostil o violento sin tomarse el tiempo necesario para aprenderlo”.
Pasando la frontera de nuestra libertad siempre llegamos a una perturbación de nuestro estado de ánimo: es el miedo que ha llegado, y que prácticamente todas las personas lo hemos tenido en alguna época de nuestra mortal vida. Y claro está que, en los momentos actuales, las calles del mundo entero se han convertido, y ahora también las españolas, en escenarios donde cualquiera de nosotros podemos ser atracados, violados, vejados, insultados… y, en muchos casos, hemos de luchar por nuestra propia supervivencia, sacando fuerzas internas de nuestra adrenalina que se dispara a la velocidad del rayo… Y es que el miedo es libre.
Mientras los adultos enseñen a los menores a tener miedo, existirán siempre ‘semillas de violencia’ anidadas en sus pobres corazones. Hemos de acostumbrarnos a estar más en contacto con nuestros pequeñuelos –la esperanza del mañana–,cogedles de la mano y hasta andar a gatas alrededor de la mesa del comedor, y ayudarles a ser útiles e instructivos para con los demás cuando lleguen a su mayoría de edad. Desterrad las palabras atemorizadoras: ¡Qué viene el coco!, ¡mira esos fantasmas!, ¡qué viene el guardia de…! Todos necesitamos que nos quieran, y, desde luego, los niños más. La presencia de los pequeñuelos en nuestras vidas es, y se convierte, en una vivencia irrepetible difícil de olvidar. DIARIO Bahía de Cádiz