Sus carcajadas, al oír contar al abuelo sus historias, dejaban al aire sus perfectos dientes blancos que acentuaban, más si cabe, unos grandes ojos negros. No podía mantenerse inmóvil mientras escuchaba desgranar relatos vividos por aquel hombre que había vivido casi ochenta años de derrota en derrota hasta la victoria final.
Yo le conocía poco, eso sí, doy fe de que sus tortillas de patata, con y sin cebolla, son el perfecto maridaje -¿se dice así?- con las noches republicanas de cine bajo las estrellas, es más, creo que el cine sin estas tortillas, sería menos cine.
Son casi ochenta años de vida vivida intensamente. Hijo, sobrino y hermano de cantaores, mantiene, entre las risas del nieto, que él decidió hace tiempo no cantar en público, que ha cantado un par de veces sin público y no, “para hacerlo malamente, no canto, las cosas se hacen bien o no se hacen”, aunque la verdad, creo que pesa más otra razón, “es que aquella época, si querías ser alguien cantando, tenías que reírle a los señoritos, y a mi se me llevaban los diablos, porque de graciosos ná”.
En la negra post-guerra los cuellos de señoritos, fascistas, curas y demás casta han pasado por sus manos y por su navaja. “Sabían de sobra quien era yo, pero se peleaban por que fuera yo…”. Y no, nunca ha sido verdugo, simplemente uno de los mejores barberos de la Bahía. -ésta, el nieto no la ha entendido muy bien y sólo mira-.
Como muchos de los chavales, y más cuando eres gitano, gran parte de su niñez y de su juventud la pasó fuera de las escuelas, la calle, esas calles de Cádiz que han sido aulas, universidad y lugar de formación de generaciones enteras –“con lo que yo he vivido, pero no se muy bien escribir, sólo contarlo…”-, se lamenta mientras dirige al cielo una mirada perdida.
Siempre le ha gustado llevar unas cuantas monedas en el bolsillo, unas veces producto de la compra-venta de las cosas más peregrinas, otras sólo de la venta, ya que no consta su compra – esta vez sí, el nieto la caza al vuelo y casi se cae de la silla en mitad de la carcajada-.
“Catorce pesetas me costaron los primeros tacones para la Curra, y se los compré yo”; la Curra, su hermana de la que siempre se ha sentido especialmente orgulloso, guapa por derecho, alegre por naturaleza… “y con mucho arte que tiene mi Curra”, aunque quizás por esto “muchas veces he tenido que andar detrás de ella matando moscones”. La Curra es mucha Curra, la última vez que la vi, bailaba por bulerías en el teatro de Puerto Real un catorce de abril, con una flor republicana prendida en su moño.
Hace varias horas que comenzó esta comida que sienta, bajo la acogedora sombra y hospitalidad de Maribel, a viejos y jóvenes republicanos. El orujo de limón recién importado desde Galicia está a punto de terminarse, Pepe, Pepe el Ganancia se pone en pie, reclama la atención -Hemos escuchado “Rocío ay mi Rocío…”- sus ojos se abren como se abren cuando se va anunciar algo importante, se hace el silencio, el nieto le mira atentamente al abuelo. “Me he comprado una camiseta morada con un círculo y la palabra Podemos”.
Se escucha algún olé de complicidad, la mayoría asiente con una sonrisa –“para que luego digan que Podemos son sólo chavales de esos con perro y con flauta… yo casi ochenta años”.
La tarde toca a su fin, es la hora de volver a casa, durante el viaje de vuelta, recuerdo un verso que decía algo como: “hay quien lucha toda la vida, esos son los imprescindibles”. DIARIO Bahía de Cádiz