“Cuanto más bobo es un inútil, más feliz es el desdichado, al utilizar su mezquindad sin contemplación”.
Viajeros al tren, se escucha en los altavoces de la estación de largo recorrido. Pero acorde a mis principios, hago caso omiso a la eminente orden de salida del tren. Al no tener intención de subirme, porque me apearía hasta en marcha, nada más que el jefe de estación hiciera sonar su silbato. Y comenzara la locomotora a emanar su vapor, al azuzar la candela los fogoneros de servicio.
“Vale quien, sirve, y servir es un honor”, es lo que intentaron inculcar a la juventud, en ciertas acampadas de verano, a través de malintencionadas cancioncillas del régimen franquista. Pero conmigo no lo consiguieron, porque al tener conciencia de la triste realidad circundante. Con la razón afín a mi edad, comprendí que servir por servir, sería mucho servir por mi parte. Por ello, como un corderillo recién parido, me fui en busca de la ubre de la democracia y libertad, para amamantarme del néctar de la vida. No pudiendo, desde entonces, soportar ni por un momento, el tarareo de esas y otras letrillas, al atormentarme cada vez que las oía.
Por ello, las mentes que se aferran en añejas doctrinas cavernícolas, no son jubilosas al haberse empecinados en permanecer en su retrógrado caos. Negándose a reciclarse con cristalinos manantiales, al estar muy preocupadas de no perder su credo. El que emite hostiles sacudidas, como los sonidos que producen los cascos de un borrico, aporreando las teclas de un piano. Pero, a pesar de esa disyuntiva, de ser unos insensatos faltos de juicio, no se despojan de los yugos que los estrangulan.
Consecuentemente, “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, dijo Arquímedes, cuando desarrolló su ley de la palanca. Al descubrir el gran trabajo que desarrolla una estaca con el menor esfuerzo posible. Estando más que acertado, así como los que se encuentran en el camino en busca del bien a través de la cultura y la ciencia… Aunque, a estos relevantes no hay que sacarlos de su hábitat natural, porque si los metes en una reunión de déspotas, al no soportar tanta estulticia existente. En un tiempo record la revientan, provocando un gran éxodo de vulgares. Huyendo cada uno de los asistentes escalonadamente, como cuando por compromiso acuden a un entierro, y rápidamente ponen mil y una excusa para marcharse, al no tener nada que ver con el sepelio.
¡Qué envidia se le puede tener, por tanto, a los necios!, por gozar de los parabienes de la morralla, al actuar como volatineros y bufones de los sistemas universales de dudosa vergüenza. Sistemas que los encarcela por su bajeza y sumisión, en una celda sin barrotes cercada con un muro infranqueable. De la que nunca saldrán, salvo que los mediocres jugos de su ambrosía, les hagan ver la desgracia de su desdicha digestiva.
Por ello, ¡bendita sea mi locura!, grité varias veces, el 23 de septiembre pasado, en la solitaria ruta donde transito, en busca de la alborada del nuevo sendero otoñal. Porque ni en mis noches serenas, iluminándome con la luz de una candela, bajo el manto de las estrellas, a orillas de las playas gaditanas, embriagándome la brisa de la mar en calma. Nunca aplaudí a los oscuros actores interpretando sus interesadas comedias. Sino cuando los quejidos del alma me estimulan a ello, cuando verdaderamente se lo merecen las personas con principios. Porque confundir a un don nadie con una excelsitud, es mucho confundir del reino animal donde habito. Por ello, pienso que, cuanto más bobo es un inútil, más feliz es el desdichado, al utilizar su mezquindad sin contemplación, trepando sin cesar, hasta alcanzar sus rituales placenteros recubiertos de cismas, que no le permiten distinguir el bien del mal, si es de día de la noche, ni si hace frío o calor.
Consecuentemente, es una actitud insultante, la de los mentecatos y bobos. Al creerse llevar todas las papeletas, en cualquier tiempo y lugar, para ganar el pastel que rifa la marrullería de sus rufianes, haciendo trampa en cada una de las jugadas. Retirando previamente de la venta, el boleto correspondiente al número que engañosamente saldrá premiado.
Teniendo grabado, cuando un padre desesperado, por los amargos lloros de su pequeña hija, por una muñeca de la tómbola, en la pasada feria algecireña. El que, por muchos boletos que compraba, el feriante no se apiadaba de ella ni de él, al ser ese su sustento, teniendo por objetivo ganar el mayor dinero posible a costa de que el palomo de turno se ‘desplume’ solito. Porque no todos los días del año, hay ferias para hacer dinero, pero sí para los recaudadores de los arbitrios e impuestos del régimen oportuno…
La cuestión es que, estimado lector, yendo y viniendo por estos y otros pensamientos, llego al final de esta tribuna. Deseando escribir la siguiente, cuando la locura de mis musas me irradien. DIARIO Bahía de Cádiz