“No hay orden de la existencia, mayúsculo o minúsculo, que no nos fuerce a optar entre hacer las cosas de un modo mejor o de un modo peor. Y es ya pésimo síntoma creer que el drama de la elección se da sólo en los grandes conflictos de nuestra vida, en las situaciones que tienen trascendencia histórica. No: una palabra se puede pronunciar mejor o peor y tal gesto de nuestra mano puede ser más grácil o más tosco. Entre las muchas cosas que en cada caso se pueden hacer hay siempre una que es la que hay que hacer.
Pero la división más radical que cabe establecer entre los hombres estriba en notar que la mayor parte de ellos es ciega para percibir esa diferencia de rango y calidad entre las acciones posibles. Sencillamente no la ven. No entienden de conductas como no entienden de cuadros. Por eso tienen tan poca gracia y es tan triste, tan desértico el trato con ellos. Esa ceguera moral de la mayoría es el lastre máximo que arrastra en su ruta la humanidad y hace que los molinos de la historia vayan moliendo con tanta lentitud. Son muy pocos, en efecto, los hombres capaces de elegir su propio comportamiento y de discernir el acierto o la torpeza en el prójimo.
En el latín más antiguo, el acto de elegir se decía elegancia como de instar se dice instancia. Recuérdese que el latino no pronunciaría elegir sino elegir. Por lo demás, la forma más antigua no fue eligo sino elego, que dejó el participio presente elegans. Entiéndase el vocablo en todo su activo vigor verbal; el elegante es el ‘eligente’, una de cuyas especies se nos manifiesta en el ‘inteligente’. Conviene retrotraer aquella palabra a su sentido prócer que es el originario. Entonces tendremos que no siendo la famosa Ética sino el arte de elegir bien nuestras acciones eso, precisamente eso, es la Elegancia. Elegancia de la conducta, o arte de preferir lo preferible«.
José Ortega y Gasset
Siempre hay un sabio que explica, mucho mejor que uno, lo que uno ya pensaba. Es difícil esto tan escurridizo de la elegancia, por ser confusión general atribuírsela a aquel que viste de determinada manera, y siempre según el subjetivo punto de vista del gurú de la moda de turno.
Lo que es cierto es que hay personas elegantes al margen de todo atuendo y complexión física, y hay seres humanos que da igual lo que se aticen en lo alto y los miles de euros que hayan invertido en sus vestimentas y adornos varios. Recuerdo concretamente a una “musa”, de un recientemente fallecido modisto estrella, con la que coincidí en un sarao sevillano allá por 1992 (el año de todos los fastos). Conocida aquí y allende los mares por su “elegancia”, a mí me hizo pasar vergüenza ajena por sus modales y su histrionismo.
Ni que decir tiene que los “uniformes” de pijo, cani, it girl, nuevo rico, outsider, gafapastas y demás tribus urbanas, tienen un pase en la adolescencia –mientras se ubica uno y eso- pero son una muestra total de falta de imaginación y carencias varias, cuyo análisis les dejo a los profesionales por aquello de no ofender gratuitamente.
He estado en comidas en que los anfitriones, por mor de exhibir su sofisticación, han regado la mesa de viandas complicadas de comer, cientos de cubiertos y todo de tipo de copas con que confundir a los comensales. Esto está estupendo cuando tus comensales llevan toda la vida metidos en historias de este tipo, pero es una tremenda horterada cuando lo que pretendes es epatar. Suele ser una gran vulgaridad casi siempre, ya que un “perfecto” anfitrión es el que consigue que sus invitados se sientan cómodos.
El muy elegante Rodrigo Rato sacó 1.000 euritos del cajero, con su tarjeta a cargo de todos nosotros, después de una reunión en la que le comunicaron que Bankia iba a ser rescatada. El (¿Señor?) Rato ha sido Presidente del Fondo Monetario Internacional y Vicepresidente del Gobierno de España. (¿Don?) Rodrigo seguro que sabe que ponerse en cada ocasión. El impresentable de Blesa le ha dicho al Señor Juez que no se ocupó del tema de los gastos tarjetiles, por considerarlos “peccata minuta” dentro de la pasta que maneja. Él también viste impecables trajes cruzados y engomina su blanca cabellera culminada por esos ricitos tan ideales en la nuca, marca y marchamo de todo advenedizo con ínfulas.
Conclusión: tú te puedes poner lo que tú quieras, leerte todos los manuales de protocolo y buenas maneras que en el mundo se hayan escrito, e intentar conjuntar el reloj con el elástico de los gayumbos, que no se trata de eso. La elegancia es otra cosa.
Y quién mejor que los sabios que citan a otros sabios para explicarlo. De nuevo Ortega:
“Hay un lugar en Dante en el cual, para representar unas almas todo llama, cubiertas como por una atmósfera, gas o nube blanca, dice de ellas que ‘parva fuocco dietro all’alabastro’: parecen fuego tras de alabastro. He aquí, a mi modo de ver, el lema de toda elegancia: ser fuego y parecer frígido alabastro, ser actividad y dinamismo y frenesí y parecer contención y dominio y renuncia: la elegancia ‘parva fuocco dietro all’alabastro’”. DIARIO Bahía de Cádiz