En los últimos años la enorme calidad de las series televisivas ha desplazado al cine en mis preferencias. Sigo viendo cine, por supuesto, pero el disfrute y la intensidad con las que he vivido algunas de esas ficciones televisivas y esa cantidad de capítulos hora tras hora, no son comparables con casi nada.
Lo realmente interesante es que haya tantas y tan buenas en todos y cada uno de sus capítulos. También lamento decir que no hay ninguna española entre ellas, al menos para mi modesto entender o mis gustos. En el suelo patrio sigo prefiriendo el cine que opino que está muy por encima de las series de producción nacional.
Creo que coincido con el común de los mortales en situar, como primera y fundamental, para entender todo lo que ha venido después, a “Los Soprano”. Como dice un amigo tan seriefilo como yo, “inmensa ópera bufa”. Tras ella “Breaking Bad” y “The Wire” por supuesto. El Olimpo de las series. Imprescindibles.
En segunda línea situaría a “Borgen”, danesa (una pequeña obra de arte si te gusta la política), “House of Cards”, “Mad Men”, “Better call Saul” y “Boardwalk Empire”. Tampoco me pierdo un capítulo de “Juego de Tronos”, impresionante producción con todos los elementos del folletín clásico y los efectos especiales del siglo XXI. Hay muchas, muchísimas más que merecen la pena, de todo tipo y color pero voy a hablarles de una en particular que me tiene francamente sorprendida.
“Be Tipul”, serie originaria de la televisión hebrea, adaptada por HBO con el nombre de “In Treatement”. Cada capítulo es una sesión de terapia con un analista y su paciente. De lunes a jueves cada día el psicólogo trata a un paciente y los viernes es el propio analista el que hace terapia con otro profesional. Podemos seguir la evolución del tratamiento semana a semana hasta su conclusión.
Si les digo la verdad a priori no me atrajo la idea en absoluto. Le eché un vistazo a la versión americana y no me enganchó. Es difícil sostener treinta o cuarenta minutos sólo con diálogos. Sólo palabras, acostumbrados como estamos a toda esa parafernalia de elementos visuales con que nos envuelven.
La gran sorpresa es que existe otra versión: la argentina. Ahí muero yo.
Peretti, Sbaraglia, Norma Aleandro y Federico Luppi –entre otros actores menos conocidos para el público español, pero enormes actores también– hablando, sólo hablando. Palabras para aliviar el sufrimiento, palabras para poner encima de la mesa todo lo que nos atañe como seres humanos: el abandono, al amor y el desamor, la soledad, la búsqueda de la felicidad. Todos y cada uno de nuestros miedos, enterrados y presentes, y de nuestras contradicciones, van desgranándose en cada conversación, en cada pausa.
Entiendo que para muchas personas esta idea de entretenimiento no será en absoluto apetecible. Lo comprendo perfectamente, pero para mí es un tesoro ver a esos maravillosos actores argentinos conversando.
Allí en Israel o en los Estados Unidos, así como en Argentina o aquí en España, el dolor humano es el mismo. Hablo de los grandes temas universales, no de circunstancias concretas. Todos amamos, tenemos miedos y reímos en el mismo idioma; pero cuando en el transcurso de esa conversación en la que tú estás de mero espectador, las palabras duelen, cuando reconoces en ese dolor el tuyo, yo al menos, necesito llorar en castellano.
“Lo que no puede decirse tampoco puede pensarse”. (Wittgenstein) DIARIO Bahía de Cádiz