“Tenía prisa por llegar al mundo y te cogió por sorpresa. No pude esperar a llamarte como no pude esperar cuando te confié, antes que a nadie, la dulce sospecha de que estaba en camino. Sólo tú, las abuelas y su padre lo visteis antes de nacer, saltando en mi vientre, llenándonos de vida. Lo mirabas ensimismado mientras lo sostenías con una sola mano. Dormido y tranquilo. Seguro. Siete años después, el mismo día, cerramos los círculos mágicos que te llevaban a seguir sus pasos.
Los libros, las películas, la música. Siempre la música. Tus amigos llenando mi casa. Refugio y abrigo de todos vosotros. Cientos de historias compartidas y cientos por compartir.
Todos los besos que no pude darte para tratar de esconder tanto dolor. Los que ya no podré darte nunca. No volveré a verte cada mañana ni a devolverte la sonrisa temprana que iluminaba el comienzo de mis jornadas. No sé qué hacer con todos los besos que me sobran al faltarme tú.
Escondida apuntalo cada día las raídas defensas que me sustentan y aún te busco incrédula y triste. Perdida.”
Escribir es mi manera de entender el mundo, el camino de palabras que utilizo para explicarme cuando se me empantanan los adentros. No conozco otra manera. Cuando fluye el sentimiento desde dentro hacia mis manos, cuando las palabras encuentran el rumbo, suelen venir acompañadas de una sensación física, de un desasosiego que deja paso a las lagrimas y entonces sé que lo he conseguido. Esa desazón me acompaña ahora, mientras escribo estas líneas. Escribir sobre las pérdidas es difícil, es casi imposible no acompañarlo de una parte de ti.
La experiencia más dolorosa a la que nos enfrentamos los humanos, es también la más frecuente. Cada uno ha de lidiar con la muerte sin manual de instrucciones que valga. Cada uno ha de reubicar su vida para aceptar que debe vivir con ese vacío y seguir adelante. En eso me hallo, como tantos otros.
La vergüenza que produce expresar el dolor cuando hay otros que sufren y a los que quieres, impide dar rienda suelta al de uno mismo. Lo sepulta sin derecho. No soy yo ahora, es egoísta, no puedo comparar su pérdida con la mía… y ahí sigue agazapada, traicionándote a cada momento porque no puedes dejar de echarle de menos. Cada día, cada vez que pasas por delante de su casa, cada vez que escuchas música o lees el libro que comentaríais juntos. Cada película… cada nuevo descubrimiento al fin y al cabo. Cada historia de su ahijado, cada sonrisa de su hijo.
Este es el grito que no puedo dar, estas son las lágrimas que me prohíbo cada mañana. Todas mis palabras son los besos que ya no puedo darte.
Tal vez esta sea mi torpe y única manera de conseguir buscar mi espacio en el mundo. A lo mejor ahora que ya he conseguido llorar al fin sobre el teclado, siga echándote de menos pero consiga hacerlo sonriendo. Como tú lo hacías Ale, como tú siempre lo hacías.
Cada mañana. DIARIO Bahía de Cádiz