Hay amigos en el mundillo cultural y literario que temen al ostracismo, entendido éste como un castigo que te imponen los demás. El olvido. El ninguneo. La catástrofe.
Si se escribe, se pinta, se canta, se hace lo que sea de cara al público, es por la búsqueda de aceptación, de aplauso, de reconocimiento. Y quien diga lo contrario, miente.
Por eso, cuando uno no entra en determinados círculos, o no suena donde debe sonar, el ego sufre, de forma descarnada. La herida, si es profunda, no se cierra jamás, y da paso al trauma, al recelo, a esa cara agria que desemboca en una personalidad antisocial e histérica. Conozco un buen puñado de personas así, antiguos apaleados por la ingratitud, que lejos de actuar de forma distinta, para no jugársela a los semejantes que empiezan, vírgenes en estos contextos, se comportan de forma mucho más mezquina, si cabe.
Así la cadena no se termina nunca: ¿tú me ninguneas? Pues yo ninguneo al siguiente de la lista. Es algo matemático. Créanme. Lo he vivido.
Y no es que yo me sienta diferente, ni superior, por supuesto que no. Pero he aprendido a discernir, entre unos y otros. He aprendido, a base de palos en la nuca, claro, a moverme en según qué lugares y a adelantarme, y no aparecer, en aquellas reuniones donde no soy bienvenida, aunque me inviten por protocolo.
Es algo que algunos de los nuevos autores jóvenes deben aprender. De hecho, porque me verán un poco veterana ya, me preguntan sobre cómo promocionarse en los saraos, cómo hacerse notar ante un editor en un acto público, para caerle en gracia, o cómo entrar en ese “club” de la élite cultural de una ciudad determinada. Ser uno más del “ambiente”. Que el nombre de uno suene, para bien y para mal. Hacerse imprescindible. Pero es muy cierto que nadie, absolutamente nadie, lo es.
Las palmaditas en la espalda. Las píldoras doradas. El piropo desmedido. El halago ridículo. Todos pasamos por eso. Pero un día despertamos con un dolor tremendo ilocalizable, el de las puñaladas silenciosas, y nos desangramos lentamente. Y eso, no puede pasar, porque a menos sangre, menos energía, menos vida, y el proceso creativa se resiente. ¿Conclusión? Ganan ellos.
Servidora también ha sufrido (y sufre), ninguneos de todas las especies, maledicencias incluso de aquellos que después me envían sus manuscritos y publican conmigo, chismes, intentos de derribo, etc. Y ya casi nada de esto me sorprende. Sí que me afecta. Tendría que ser de cartón piedra para afirmar lo contrario (y es positivo que afecte, así se mantiene el alma íntegra).
Aunque ya canalizo toda esta mala leche de otra forma, mucho más productiva, y en lugar de asistir a todo, estar en todos los actos, mezclarme con los mismos de siempre, ver las mismas caras (muchas de ellas de una toxicidad alarmante, a la que yo prefiero llamar “siesez” o falta de riego sexual), prefiero quedarme en casa, con mi familia y mi portátil, y escribir cositas, como este artículo, por ejemplo.
Los que quieran buscarme, lo harán. Los que quieran condenarme al ostracismo, lo harán también. De nada sirve luchar contra los elementos (y hay mucho elemento suelto entre los culturetas). La cultura, el arte, la vida, no es eso. Es preferible elegir la ostra personalmente, y cerrarla. Al fin y al cabo, lo que hay dentro es una perla.
Y oigan, es un gustazo dosificarse, aparecer cuando de verdad apetece, compartir el tiempo libre con las personas que de verdad saben quién y cómo eres, y te valoran. Mucho más sano es seleccionar, y vivir sin la ansiedad de hacerse notar. Y es que para dejarse apuñalar por el desprecio y la omisión, siempre hay tiempo, ¿o no? DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso
No podía estar más de acuerdo amiga.