Todos los gaditanos sentimos una vergüenza íntima ante el precario estado de limpieza de la ciudad; vergüenza que se acentúa cuando es comentada por los visitantes, a los que no podemos ofrecer una explicación convincente. La suciedad se extiende de las vías públicas a las fachadas de muchos edificios y monumentos, que presentan un aspecto indecoroso.
El clamor popular y la sistemática denuncia en todos los medios de comunicación, no terminan de provocar una reacción tajante por parte del Ayuntamiento, que se limita a desarrollar unas esporádicas y débiles campañas de limpieza, proclamar el gasto en este capítulo y aunque evite decirlo de manera explícita, señalar la insuficiente colaboración ciudadana, extremo que por desgracia, es cierto.
Pero está claro que poco o nada queda del Cádiz pretérito que presumió siempre justamente de pulcritud, pregonada y reconocida durante siglos por escritores, poetas y periodistas.
No podemos aceptar que de la noche a la mañana nos hayamos convertido en reos de suciedad, condenados a perpetuidad en el penal de la inmundicia. En el peor de los casos, como tales penados, tenemos derecho a la reinserción en el escalafón de las ciudades aseadas.
El Ayuntamiento no puede ni debe aceptar este deterioro como un hecho consumado, irreversible, sin salida, entre otras cosas porque ha demostrado que sabe hacer bien las cosas cuando se lo propone, como en la restauración de algunas calles y el acuerdo con la Junta de Andalucía para que Cádiz cuente con carriles bici reales, que no se limiten a ser dos líneas pintadas en el suelo.
En cualquier caso, en las Casas Consistoriales están obligados a replantearse este problema el alcalde, los concejales y los funcionarios técnicos, y adoptar un plan con eficaces medidas operativas e incluso coactivas, que nos devuelvan en el más breve plazo posible la imagen esmerada de nuestra ciudad.
Decía el periodista Manuel del Arco, autor seguramente de las mejores entrevistas realizadas en la prensa española durante el franquismo, que él escribía para que le entendiera el lechero, significando la necesidad de que aun las cosas más importantes pueden expresarse con un lenguaje claro para todos. Eugenio D´Ors iba por otro camino. “Señorita, ¿lo entiende usted?, preguntó en una ocasión a su secretaria, en un momento del dictado. “Sí”, dijo ella. “Pues vamos a oscurecerlo”, decidió el pensador.
Seguimos esperando un plan municipal que sea comprendido y compartido por el frutero y el panadero, para que nadie se llame a engaño. Todos pagaremos con gusto, hasta las multas, si recuperamos la limpieza perdida. DIARIO Bahía de Cádiz