Hace unos días recibimos con sincera tristeza y hondo pesar, la noticia del fallecimiento en Cádiz de Francisco Arenas Martín, el que durante años fuera director provincial del Instituto Nacional de Previsión en Cádiz y Sevilla, vicepresidente de la Diputación e impulsor de varios proyectos de calado para la ciudad y sus habitantes.
Poco o nada podemos sumar a lo ya publicado y sobradamente conocido sobre su figura pública. Su extensa y exitosa carrera profesional y su prolífica labor en el ámbito religioso y cofrade son más que conocidos por todos.
En cualquier caso, y por añadir unas breves pinceladas biográficas a estas letras, que tan sólo pretenden ser un pequeño homenaje a su figura, recordaremos a modo de escueta semblanza, que Arenas Martín fue congregante de María Inmaculada y Luis Gonzaga, Hermano Mayor de la Archicofradía del Ecce-Homo, así como de las Hermandades de la Santa Caridad y la de los Santos Patronos y que estuvo al frente de la Asociación de Amigos de la Catedral. También fue uno de los fundadores y presidente durante años de la sección de penitencia de las Congregaciones Marianas Ecce Mater Tua, en Cádiz. En 2012, el Papa Benedicto XVI le concedió el título de Caballero de la Pontificia Orden de San Silvestre, máxima distinción que puede recibir un laico por parte de la Iglesia Católica.
Precisamente en la sacristía de la iglesia de Santiago, allá por finales de los años 90 y siendo yo apenas un adolescente, mantuve mi primera conversación con Don Francisco. Estaba a punto de comenzar una reunión de la directiva de la jesuítica congregación que dirigía, a la que el que suscribe acababa de incorporarse. Yo, inexperto y poco dado a las intervenciones públicas, deambulaba inquieto de un lado a otro de la sala, tratando de calmar un poco los nervios ante mi primera ‘comparecencia’. Él, curtido ya en mil batallas, se acercó a mí y me puso la mano en el hombro. Esbozó una leve sonrisa, me preguntó por la familia y me comentó dos o tres anécdotas y curiosidades referentes a Ecce Mater Tua. En pocos minutos, mi tensión nerviosa se disipó y dio paso a un estado de ánimo más relajado, sin apenas darme cuenta. Así era Francisco Arenas.
Situado sin reparos fuera de los cánones oficialistas de cada época, Arenas Martín era una persona que basaba su existencia en unas profundas convicciones religiosas y éticas, que siempre le acompañaron en su periplo vital. Poseía una capacidad innata para la oratoria, de esas que difícilmente se encuentran. Durante sus intervenciones, su voz era clara y su verbo contundente; trasladaba sus mensajes con la firmeza de quien habla desde el convencimiento, pero además de solidez, sus palabras transmitían pasión y profundidad, a la vez que serenidad y templanza, con un equilibrio casi inconcebible para el común de los mortales.
Poseedor de una vasta cultura, cimentada en su pasión por la lectura, era también un amante incondicional de la música clásica. De hecho, hasta no hace mucho, fue abonado del Teatro de la Maestranza de Sevilla, donde disfrutaba de la música sinfónica. Esta devoción se la transmitió a sus vástagos, recibiendo con enorme alegría la decisión de uno de ellos de dedicarse de manera profesional al estudio, docencia e interpretación del piano. “Quizás la divina providencia actuó cuando eligió como compañera para toda su vida a una mujer llamada Cecilia, patrona de la música”, me comentaba otro de sus hijos hace unos días, poco después del luctuoso hecho.
Polifacético donde los haya, Francisco Arenas fue un hombre multidisciplinar. En su juventud disfrutaba jugando al fútbol en la playa con sus amigos y más adelante, con sus hijos. Sus interminables paseos por esas mismas arenas -donde disfrutó por partida doble del Rayo Verde- o por las calles del centro eran otra de las constantes en la vida de este gaditano, enamorado también de Sevilla (donde forjó grandes amistades) y sus tradiciones.
“Sólo me considero un fiel cristiano” dijo de sí mismo en 2012 cuando iba a ser investido Caballero de la Pontificia Orden de San Silvestre. Una muestra de la sencillez y el carisma de un hombre que con su ejemplo de vida, nos demostró que no vale predicar si no se da ejemplo y que más allá de la ambición personal, están el bien colectivo y la defensa de los ideales.
Es de esperar que en esta ocasión, la ciudad de Cádiz no incurra en su habitual falta de memoria y agradecimiento con aquellos hijos que han dedicado su vida a engrandecerla y preservar su legado para generaciones futuras.
No debería pasar mucho tiempo sin que el Ayuntamiento, la Diputación y sobre todo, las cofradías y el Obispado, pusieran en marcha algún tipo de distinción, reconocimiento u homenaje a la figura de Francisco Arenas Martín. Él jamás lo habría solicitado y seguramente lo habría considerado innecesario.
Pero sería lo justo. DIARIO Bahía de Cádiz