La historia de Cádiz es apasionante, proyectándose muchas veces en el resto de España y saltando en ocasiones claves a Europa y América. Hoy en día, todavía no es posible separar con precisión lo histórico de lo legendario.
Las diferentes propuesta urbanísticas actuales, nos obligan a centrar nuestra atención, por extraño que parezca, en el siglo XVIII, que modeló básicamente la fisonomía urbana del casco antiguo de nuestra ciudad y que ahora con tanto ahínco tratamos de mantener y proteger, a la vez que adecuar a los tiempos que corren. En cualquier caso, no es sólo la singularidad arquitectónica lo que conservamos de este pasado, sino vivencias y costumbres transmitidas que influyen de manera decisiva en la psicología y el estilo de los gaditanos.
En el libro ‘Cádiz en su historia’, editado en los ochenta por la por la Caja de Ahorros de Cádiz, se incluye una conferencia de la bibliotecaria Nadine Bodaert que trata sobre la presencia extranjera en dicho siglo, aunque referida especialmente a las mujeres.
Haciendo un recuento del padrón de 1773, la erudita difiere de la cifra que Ramón Solís recogió en su conocido estudio ‘El Cádiz de las Cortes’. En vez de 2.291 extranjeros, Bodaert llegó a cifrarlos en 4.041 (entre hombres y mujeres cabezas de familia, avecindados y transeúntes).
Por orden de importancia en lo a que a su número respecta, estaban primero los italianos (2.020), seguidos de los franceses (1.480), irlandeses y portugueses (un centenar de cada), alemanes (en torno a los 80), flamencos (40), ingleses (20), suizos (19), griegos (13), holandeses (9), suecos (9), turcos (2) y un húngaro. La población total de la ciudad en aquella época, rondaba los 50.000 habitantes.
En el año 1770, los padrones parroquiales daban 12.238 vecinos y 43.987 habitantes, sin incluir la parroquia castrense ni la población flotante. Actualmente, el número se sitúa en torno a los 116.000, tras tres décadas de declive demográfico desde que a mediados de los 80 superara los 160.000 vecinos.
En el siglo XVIII, genoveses y venecianos afincados en Cádiz, nos trajeron el Carnaval, promocionaron un teatro de ópera italiana y seguramente, más que en ninguna otra parte, nos aficionaron a la instalación de belenes o nacimientos. Un francés, con accionistas en su mayoría galos, levantó otro teatro para representar óperas y comedias en la lengua de Voltaire. Y entre otras innovaciones (a las que hoy muchos denominarían esnobismos), los hombres de clases medias y altas se decidieron a encargar sus trajes de acuerdo con la moda inglesa.
El gaditano, tolerante y receptivo en general, tuvo sus dificultades para ir adquiriendo este moderno tono europeo, pues las autoridades miraban con prevención y recelo esta ‘invasión extranjera’, frenándola unas veces y prohibiéndola otras. En cualquier caso, aunque a trancas y barrancas, la ciudad se puso al día en arquitectura y costumbres. De aquel Cádiz dieciochesco perdura algo más que los edificios de intramuros. El gaditano sigue y debe seguir siendo receptivo, acogedor y sobre todo, tolerante con la realidad que le ha tocado vivir.
Los foráneos que llegan a nuestras costas (y no nos referimos a los que lo hacen en trasatlánticos de lujo), vienen huyendo del hambre, la guerra y el terror. Es ahora, a pesar de las dificultades, cuando más necesario se hace evocar aquel Cádiz de la Ilustración, que recibía a los extranjeros con los brazos abiertos y la mano tendida. DIARIO Bahía de Cádiz Óscar Cantero