Todos los años me ocurre lo mismo. A mediados de agosto comienzo a volver, aunque no me haya ido a ningún sitio, ni siquiera a Barbate o a Las Maldivas (particularmente prefiero el paraíso de La Breña).
Vuelvo poco a poco, en silencio, a la rutina, y el ánimo, como el día, se hace más corto, y la inquietud, como las noches, más larga, más densa. No importa vacacionar mucho, poco, o nada. Agosto siempre es un mes para volver, para regresar y entrar en septiembre, el mes bisagra, aunque se ponga de moda y todos quieran cogerse unos días huyendo del prometedor julio y del agotador eterno domingo en llamas.
Tanto tiempo preparando la ida, el viaje, la maleta repleta de expectativas y de sueños de vísperas, que cuesta asumir que termina, como todos los periplos que se emprenden en la vida. Y la vida misma, que se acaba.
Vale, no me pongo trágica, a pesar de verme aquejada por una reentrée de dos pares de narices, aliñada con un dolor de muelas repentino y traidor, además de la ansiedad que me produce volver a ver las mismas caras (las nada amigables también). Yo puedo con todo, anda que no. Y es oportuno ir preparando el agradecimiento, pues no todos tienen caras de jefe a las que volver. Y ya lo quisieran.
También es verdad que me he ido desinflando poco a poco, por varias cuestiones que ustedes no les van a interesar para nada. Pero en estos últimos días me he venido muy arriba. Gran parte de mi declive personal, de mi cansancio, ha estado relacionado, de forma directa y proporcional, al tremendo esfuerzo que me ha supuesto organizar eventos varios. A lo mejor no recuerdan aquellos tres, y consecutivos, Encuentros Culturales y Literarios que se celebraban en Los Toruños. A lo mejor, no se acuerdan de VIVOS. Seguramente, hayan olvidado las Jornadas de Literatura en Puerto Real. No pasa nada. Yo también los habría echado al olvido si no me hubieran costado sudor, y lágrimas. Pero ahí están, en mi corazón.
El desgaste, los obstáculos y las ingratitudes, no me desanimaban. Siempre encontraba aliento para seguir, a pesar del qué dirían, del que decían, del que dirán. Loca hiperactiva. Y al quite.
Pero oigan, el desánimo llega. Y en agosto, más.
Pero no me he instalado en él, a pesar de haber deshecho la maleta. Y desde hace unos días, me he venido arriba.
Los culpables, mis rayitos de esperanza, son Paco Ramos Torrejón, organizador de Versalados, festival de poesía al que tuve el honor de que me invitara, y Vicente Marrufo, el alma del evento más loco y “hipster” del verano, Gastrobarb, en el garito de tapas de Pepito El Caja, Calesa 15/01. Solo son dos ejemplos de que todo es posible todavía.
Ambos son admirables. Hacen Cultura. Y siguen maquinando. Creen y crean, le dan forma a los sueños, a las ideas. Y les sale todo estupendamente bien. Para colmo, me implican, me buscan, y son detallistas. Son amigos. Y están aquí.
Así que me he propuesto que mi operación retorno particular no sea, como siempre, volver solo al trabajo, a los horarios, a los días idénticos. El reto, que pienso cumplir, es el de regresar a la ilusión, mantener en pie aquello en lo que se pone el alma, ya sea un ático lleno de gatos, un puñado de poemas, o esta columna, por ejemplo.
Toca conseguirlo. Tres, dos, uno… DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso