Tengo la muy sana costumbre de alejarme de las noticias durante mis vacaciones. Aún así llegan a mis oídos nombres desagradables, tipos que llegan a ser alcaldes de Valladolid y no pasan de ser pedazos de carne con ojos, ex consejeros forrados a costa de la miseria ajena, antiguos “hombres de estado” poco honorables y demás malas hierbas. Efectivamente, hay gente “pa tó”, que decía ayer Yolanda Vallejo, en uno de esos memorables artículos con que nos deleita cada domingo desde las páginas de La Voz de Cádiz.
Ríos de tinta, Tsunamis escribiría yo sobre estos y otros sinvergüenzas (presuntos, no vaya a ser que la liemos…) pero voy a utilizar mi espacio y mi tiempo en otros seres que si merecen la pena y que olvidamos ante tanto malnacido.
Existen personas que iluminan con su sola presencia, gente que hace que seas mejor cuando te ves a través de sus ojos. Sólo su cercanía ya es una caricia. Consuelan, abrazan sin tocarte, sin decir nada o diciéndotelo todo. Nunca sabes si están tristes, no te lo muestran, pero son los primeros en compartir tus penas. Las hacen suyas, las sienten suyas.
Seguramente proceden de antiguas leyendas. De bosques mágicos, en los que viven eternas hadas protectoras de ojos verdes, que se transforman en rocío al llegar la mañana. Por alguna casualidad incomprensible deciden mezclarse entre nosotros, deciden hacer nuestra vida mejor; nuestro mundo un poco más hermoso. Nunca se quejan, sólo sonríen. Son expertos en sacarte sonrisas del corazón. Son expertas en arrullos, melodías y besos.
Tal vez no sea fácil identificarlos, ni ellas mismas en su infinita bondad, se reconocerían en estas letras, pero yo sólo puedo dar gracias por tener la capacidad de distinguirlos entre todos los demás. Por tener la inmensa suerte de tenerlos, de tenerlas cerca.
Viven aquí, entre nosotros. En cualquier plaza de Cádiz. De la Plaza. De la mismísima plaza que da al mar y a mi corazón. DIARIO Bahía de Cádiz