En lugar de poner alma en lo que hacemos, todo indica que nos dejamos enganchar para el combate. Precisamente, hace unos días, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), alertaba al mundo «que de enero de este año a la fecha actual, más de 650 niños han sido reclutados por grupos armados en Sudán del Sur». Para desgracia de todos, los niños de hoy siguen padeciendo horribles sufrimientos. Prohibamos las armas. Dejemos de hacer negocio con ellas. No tiene razón de ser en una sociedad que se dice avanzada y, además, virtualmente globalizada. Invirtamos en educación. No podemos convivir en el odio, siempre destructivo de vidas, y tampoco en el persistente miedo. Avivemos espacios para la concordia. Nos hacen falta. Los gobiernos tienen que entenderse en esto, generar momentos para la reconciliación, activar la ilusión entre los ciudadanos, el compromiso por el bien común. Indudablemente, no cabe una mejor prueba de avance de una civilización que la de prosperar en la cooperación entre continentes y pueblos.
La socialización del mundo es algo primordial para la coexistencia de culturas. Para nada nos interesa otro tipo de ensayos como pueden ser los nucleares, que ya sabemos de sus efectos devastadores, y que hemos de impedir que puedan volver a realizarse. En este sentido, también nos llena de consuelo que multitud de investigadores del mundo científico, apuesten por la prohibición de los llamados robots asesinos. Como a todo, también a la tecnología de la Inteligencia Artificial, hay que darle un buen uso, para que realmente se considere un progreso humano. De lo contrario, será un retroceso para toda la especie pensante, llamada a convivir, a entenderse como familia, desde el respeto más sublime a la compasión más clemente, para promover un clima de confianza y de diálogo sincero entre todos. El desarme del mundo debiera ser algo prioritario en las agendas de todos los líderes, pues aparte de dilapidar las riquezas de las naciones, todo es destruido. Por eso, hay que garantizar el respeto de los derechos humanos fundamentales, la participación de todos en los asuntos públicos, y un progreso más consistente en la defensa de todo ciudadano, desde otras perspectivas más conciliadoras.
La paz llega cuando impera la justicia, la coherencia, el sentido humano, y para esto no hace falta que nadie nos tema con las armas. Es todo más cuestión de corazón. El testimonio de Elio Rujano, comunicador del Programa Mundial de Alimentos (PMA), nos resulta verdaderamente esclarecedor: «Ese desamparo, esa vulnerabilidad, esa tristeza que queda en ellos (los que sufren) es lo que más impacta porque no saben a quién recurrir. De verdad cuando nos ven a nosotros llegar con ayuda es como que les vuelve el alma al cuerpo, les vuelve el espíritu de saber que pueden contar con una mano que se les puede tender en el momento que más lo necesitan… Hace muchos años yo me preguntaba para qué vine al mundo. Realmente la respuesta la hallé como cooperante. Sencillamente vine al mundo para servir». ¿Cuántos de nosotros aspiramos a ser servidos en vez de auxiliar? Ciertamente, deberíamos ser más asistentes los unos de los otros. Ahí está esa gente siempre dispuesta a cooperar y a colaborar con esos ciudadanos que han sido golpeados por catástrofes, guerras, violencias y persecución; en verdad, dignos de admiración. Y lo son, admirables, porque no es lo común, actuar desinteresadamente en este orbe creado de intereses por el propio ser humano.
Prosperar en la cooperación es verdaderamente dar un paso adelante hacia una comunión más fuerte de vínculos y de vida. En consecuencia, hemos de estar siempre dispuestos a escuchar para poder construir puentes de entendimiento recíproco y de concurrencia práctica. Quizás debiéramos revitalizar en todo el planeta mucho más el factor humanista ante el deterioro moral del linaje en los últimos tiempos. Me parece clave esta idea, la de asociarnos unos a otros desde la ética, para dar respuestas conjuntas a problemas globales. Las hormigas son un buen referente y una magnífica referencia de colaboración, laboriosidad y orden. Hay que reconocer que los mayores cooperantes suelen ser, en ocasiones, algunas organizaciones no gubernamentales, independientes de toda administración pública y que no tienen afán lucrativo, sino de servicio social. Es, precisamente, esa acción comunitaria, o si quieren esa donación de humildad, sin pedir nada a cambio, lo que en realidad nos hace florecer humanamente. ¡Bravo, pues, por esas ONGs que lo hacen todo anónimamente por nada!.
Ellas, las auténticas ONGs, sí que lo tienen claro de que nada acontece sin voluntad y sin apoyo. Esto lo saben bien los genuinos docentes. Lo dijo, en su momento, el inolvidable filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset: «sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo; si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde». ¡Cuánta razón!. Por desdicha, los tiempos actuales son más de divisiones que de sumas, más de mirar que de hacer, más de pasividad que de energía. Y así, tenemos lo que tenemos, un mundo a veces desgobernado, sin nervio para la construcción, desorientado, y lo que es aún peor, sin horizontes claros. Hoy más que nunca nos interesa que el espíritu cooperante renazca, si en verdad queremos llevar a buen término la promoción del crecimiento económico sostenido y del desarrollo sostenible, el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, el desarrollo de África, la promoción y protección de los derechos humanos, las actividades de asistencia humanitaria, la promoción de la justicia y del derecho internacional, el desarme de armas convencionales, químicas y nucleares, la fiscalización de drogas, prevención del delito y lucha contra el terrorismo. Las cuestiones no son fáciles, pero con el testimonio cooperante de las hormigas, a poco que las imitemos, podremos abrazar la esperanza.
La verdad que cuesta esperanzarse ante una atmósfera tan cruel, donde los niños se han visto significativamente afectados por el extremismo violento, donde a menudo han sido, como bien indica el informe de Naciones Unidas, de 20 de abril de 2016: «blanco directo de los actos concebidos para causar el máximo número de bajas civiles y aterrorizar a las comunidades, incluso representando a los niños como “verdugos” u obligándolos a ser terroristas suicidas». En cualquier caso, siempre será bueno hacer memoria de estas realidades que fueron, o están ahí, al menos para poder recapacitar y poder salir de este ambiente de despropósitos. Ha llegado el momento de prosperar en la cooperación de todos para con todos. No hay porvenir para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro planeta, si no sabemos ser todos más cooperantes. Debieran enseñárnoslo al crecer, esa cultura colaboradora, donde nadie es más que nadie y todos somos precisos y necesarios. Abrámonos a la cooperación. Al aislamiento jamás. Esto sí que es desilusionante. Siempre hay oportunidad de cambio. Y este llegará, sin duda, en la medida en que todos contribuyamos a recuperar lo humano en todas sus dimensiones. Para esto no hace falta rearmarse, es menester, eso sí, serenarse y no huir, leer la realidad sin prejuicios, y al fin, sembrar sensatez, con el coraje que se requiera, pues ya saben; que quien calla, otorga. Sin amodorrase, piense en el quehacer de la hormiga. Ningún predicador es mejor que ella: no dice nada y, sin embargo, unidas lo hacen todo. Como quien no quiere la cosa, estas buscavidas también injertan su gran lección al mundo. DIARIO Bahía de Cádiz