Hasta hace tres o cuatro días, yo formaba parte de ese sesenta por ciento que no pensaba votar el domingo que viene. Pero, bueno, la semana pasada me lo he replanteado, y no es por los debates pactados en los que, pese al pacto, a algunos les sale el pelo de la dehesa, y a otras, le sale la nada que llevan dentro, no muy dentro.
Son varios los factores que me han llevado a replantearme el acercarme el día veinticinco al Ayuntamiento de Cádiz, que es donde voto. Una de ellas, y no por orden de importancia, es para darles a los concejales del PP -que abandonan el salón de plenos para no escuchar a la madre de un chaval con cáncer- una patada en la boca; quiero darles, eso sí, en plan pacífico y en forma de papeleta. Por demostrar que no son iguales, me refiero al PP-PSOE -es demasiado facilón este eslogan-, solamente que sus «haceres» en Europa son muy parecidos, y aquí, ambos fueron los responsables directos de la modificación constitucional que sitúa la atención de las personas detrás de la de los bancos.
Pero ante todo me voy a acercar a la urna por la esperanza, porque Europa necesita la primavera que viene del sur, necesita la voz de la gente que padece a la propia Europa repartida entre dos, que repito, no son lo mismo, pero pierden el culo para hacer lo mismo.
La semana pasada saltó de nuevo el Levante, ese que seca en Cádiz las humedeces, que evita que el moho se adueñe de pareces y cerebros, que nos despierta y, aunque nos vuelve un poco locos, también nos ayuda a seguir. Esta vez nos trajo a un personajillo, no muy alto, con el pantalón caído, dos pistolas y una estrella de sheriff en el chaleco. Anda a tiros contra un pájaro azul que no para de piar, es lo que tienen los pájaros, que pian y pían, que opinan y opinan, por mucho que moleste a nuestra Teofila.
Habla atropelladamente, como si tuviera miedo a olvidar la lección aprendida, muchas veces hasta cambia de idioma, al menos eso parece. Es chulo, pero no de esos chulos con chulería madrileña, que es muy chula. Simplemente un prepotente que desenfunda sus pistolas y dispara contra todo lo que se mueve en su alrededor. Su pequeño tamaño, y me estoy referendo físicamente, lleva consigo a tener una cabeza también pequeña, con escasa capacidad de raciocinio. Y sólo dispara, escupe balas, y no son de fogueo; pero es para lo único que da, no se puede ser más exigente con él.
Pero, por favor, no me sean mal pensados, no me estoy refiriendo a Francisco Cabaña, si, el que está en periodo de pre jubilación o hibernación en los Madriles. Tampoco es José Blas, nuestro insigne senador. Y por supuesto no me refiero a nuestro ministro-capellán-castrense de las concertinas. Me estoy refiriendo al ratón-vaquero, si, a ese mismo que era protagonista de una canción infantil, y que decía:
El ratón vaquero
sacó sus pistolas,
se inclinó el sombrero,
y me dijo a solas:
What the heck is this house
for a manly Cowboy Mouse?
Hello you! Let me out!
and don’t catch me like a trout.
¡Que cosas nos trae el levante!