Podría hablar de las injusticias de la vida, del pesar y el aguante de las familias destinadas a perder un ser querido, por el capricho de un señor o señora, al que no le gusta trabajar. Podría hablar del sufrimiento, ese que pasan las hijas, hijos y conocidos, al soportar una tristeza inmensa, cuando una madre se va. Podría hablar de un sistema sanitario obsoleto, repleto de enchufados, plagado de horas de cansancio y oculto a la sociedad. Podría hablar de lágrimas, pero prefiero hablar de la soledad.
La soledad, que sentiré cuando observe la flor que compartíamos juntos, los ojos de tu hija cuando me vaya a regañar, y veré tu guarda, cuando germinen los geranios, la planta del dinero o la flor de azahar, que regaré con ansia, para que nazcan piropos de verdad. Quiero que sepas que seremos libres, cuando me asome al Marco en el que se contempla África, y me recuerde tu fuerza y vitalidad. De nuestro jardín brotarán amapolas, rosas y limones, con la acidez de saber que ya no estás. Reservaré una gota de aceite de cada fruto de mi olivo, para que prepares la cena en la paz del más allá, y nos mandes un poquito cuando te pedimos algo, escondido en luz, que nos iluminará.
Podría hablar de muertes, esperanzas y destinos, que surgen en el momento en el que una amiga se va. Podría hablar de sábanas blancas, espacios vacíos y habitaciones limpias, que toda ama de casa ansía alcanzar. Podría hablar de ropa fresca, aromas intensos y esa eterna suavidad. Podría hablar de hermanos, hermanas y sobrinos, que te echarán de menos, pero no saben que aquí estás.
Que estás en cada rima del sabor flamenco, que da la bienvenida a los que llegan a tu portal. Que mantienes el olor del brillo intenso, que dejaste al son de tu vecindad. Que donde hay patrón, no manda marinero, y eso lo saben hasta los de más ‘pa’llá’. Que lo verde es vida, la música alegría y mojar un arte, son sólo unos gramos de tu salvedad. Quiero que sepas que seremos libres, cuando me asome al Marco en el que se contempla África, y me recuerde tu fuerza y vitalidad. Y velaré por cada herencia tuya, aunque me deje la vida en ello, como dejaste claro, en tu momento de pesar.
Podría hablar de camas vacías, tormentos continuos y explicaciones ausentes, que acaban poco a poco con las ganas de vivir. Podría hablar de religiones absurdas, falsos mitos y creencias perennes, que abruman el rumbo para poder sentir. Podría hablar de sueños rotos, preocupaciones constantes y deseos simples, que inundan el camino en el que servir. Podría hablar de ganas, pero no puedo, porque animaste a todo aquel que quería seguir.
Seguir la estrella que me regalaste, sin la que hoy no puedo vivir, que sostiene el Marco en el que se contempla África, y que está formada por trocitos de ti. Deja que vuele, viva y sueñe, con la familia que decidí crear, con esa estrella que me regalaste, y que me consta, te recordará.
Te mando a Rosario, Vicente y Josefa, para que te enseñen lo que será vivir, en ese Edén en el que se percibe todo, desde tristezas hasta felicidad. Te dejo a los padrinos que te construirán joyas, que deberás lucir, cuando decidas bajar a ver a tus nietos, en el silencio de la oscuridad. Te envidio en parte, saluda a Antonio, deja que él te enseñe a leer, los libros verdes de las plantas raras, que tanto te hubiese gustado aprender.
Podría hablar, que te han perdido, pero ambos sabemos que no es verdad, porque estas en todo, que está tu alma, y que sin duda, nos acompañará. DIARIO Bahía de Cádiz Vicente Marrufo