(…)
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Nanas de la cebolla (Miguel Hernández)
Iba a escribir una columna bien distinta. Más primaveral, alegre, frívola. En fin. Como ya digo, distinta. Pero a mitad del texto, apareció en varios muros de amigos de Facebook una imagen que ha conseguido partirme el alma por la mitad. Discúlpenme.
Se trata de una niña pequeña, de unos cuatro años, de grandes ojos oscuros, que podría ser una amiguita del colegio de mi hija. Una niña pequeña preciosa que se rinde, sin haber vivido. Una niña pequeña, siria.
Con una herida invisible, pero de muerte, alza las manitas ante el objetivo de una cámara, confundida, creyendo hostil un gesto inofensivo como es el de fotografiarla.
Pero en sus ojos no hay odio, ni reproche. Veo estupor, perplejidad. Y me duele pensar en cómo puede una persona acostumbrarse a convivir con las armas. Cómo podemos permitir que esto ocurra. Pero qué hacer. Me vence la rabia, y el desánimo. Embotamiento. Intoxicados todos por el hedor de un mundo podrido.
Una niña pequeña, de unos cuatro años, la misma edad de Helena, niña pequeña afortunada y en mis brazos, a quien no consigo acostumbrar a dormir sola, que llora de madrugada si no encuentra su chupete, a quien le aterran los ruidos fuertes, e inesperados. Una niña pequeña, como Helena, de apenas cuatro años. Pequeña niña siria, con más miedo que años. Y sin suerte.
O quizás, su suerte, la de todos los niños, dependa un poco de nosotros. Pero qué hacer.
Hoy voy a dormir, o a intentarlo, pensando en ti, pequeña niña siria. Mañana, seguramente, olvidaré, como todos, que existes, porque estás lejos. Y solo eres una fotografía. Mañana, seguramente, sea tarde, aunque recién amanezca en Occidente. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso