Les prometo que tenía una idea genial para esta columna.
Se me ocurrió el viernes cuando iba conduciendo del trabajo a casa, escuchando a Salu Botaro en la radio.
La columna iba a ser perfecta. Ni demasiado breve ni demasiado extensa. Incluía referencias muy sesudas, y chascarrillos desternillantes. Metáforas asequibles y guiños maléficos. Un pequeño aliño con política, y algún pelo suelto del plumero (sí, ese que dejo que se me vea de vez en cuando).
Tenía previsto hablar de la cabronada que están viviendo los pescadores de Barbate (cómo duele), de los argentinos, de los escoceses, de los catalanes, del coleta, del Ken, de la comparsa de Antonio Martín, de la jueza, de la Barbie, del puente, de mi padre, del tuyo, de los muertos (bueno, mejor eso lo dejo para “jalogüin”), de los vivos, de los muertos de los vivos y de las castas de la India.
Pero me acordé de un articuento de Juan José Millás, en el que narra cómo la idea más genial que había tenido en su vida para un artículo de opinión, tomó vida propia, opinó por su cuenta y se largó a por tabaco.
Les prometo que llegué a casa con la intención de anotar la idea, y darle forma, y que la más petarda de las musas, que es la mía, se sentara conmigo a la mesa. Pero no hubo musa, ni kétchup, ni patatas. Y allí que me fui con mi idea genial, bulléndome en la cabeza, chocándose con las paredes del entendimiento, al supermercado a por pan, patatas, y cargada como una mula que volví, como siempre.
La idea magnífica siguió aguantando. Se mantuvo ahí, firme. Y yo la visualizaba, después de recoger la cocina y quitar un cerro de plancha, sentada en un rincón de mi cerebro, observándome incrédula: la estaba postergando, ignorando, abandonando.
A las doce, después de apuntalar otro día más la vida, limpiarle la prisa, y ponerme a pegotes en el alma la crema antiarrugas del Lidl (que dicen que es la mejor del mundo, por eso en Cádiz se agotó, porque somos aquí muy prácticas), me senté con mi portátil, a atender y mimar mi idea. Pero ya no estaba, porque todas las ideas importantes, dignas de gloria, son muy divas. Terminó por abandonarme, harta de tanto marujeo. Qué ególatra. Qué ingrata. Qué mala idea. DIARIO Bahía de Cádiz