Recorrer los doce metros que separan la puerta de la cocina de la mesa del comedor, subida en unos tacones, con guantes y cofia, y una bandeja con comida, es la obsesión de esta ‘chacha’, sirvienta, recién llegada a la capital. Esos doce metros se convierten en 20 pasos, que tiene que dar varias veces durante el almuerzo y la cena, para ella, que sus pies no han calzado nunca tacón, apenas unos zapatos con pequeña cuña para los días de la virgen, normalmente simples alpargatas, ahora tienen que avanzar, guardando el equilibrio, sobre la tarima resbaladiza que ella misma encera y abrillanta, se convierte en su desafío. Sus cortos dedos, acostumbrados a tejer esparto, al roce del trigo mientras siega, ahora enguantados, tienen que servir primer y segundo plato, postre y agua.
Que suerte has tenido, entrar a servir a una buena casa cerca de la plaza de toros de las Ventas nada mas llegar a Madrid, le dirían por la tarde en la puerta del Metro algunas de sus paisanas.
Sí, puede ser, pero yo me siento como un gato con calcetines en las patas, un día de estos va a llegar la sopera antes que yo a la mesa…; pero la señora me ha dicho que soy muy despierta y que pronto lo haré a las mil maravillas.
La señora, el señorito, la señorita, valientes…, a mí me tienen harta, sentencia la Rosario mientras se da con la palma de la mano en el muslo, ya se lo solté el martes, en mi pueblo los señoritos no se levantan a las siete de la mañana… ¿Y qué te han dicho?, pregunta la Milagros. Yo que sé, que si era ingeninosequé, y que en la fabrica se entra a las ocho.
Pues a mí ayer me tocó pasear el perro antes de que se levantara la señora, y la verdad fue como pasear a un borrico, porque el perro ese es tan grande como un borrico, pero que te tira de la correa como un diablo, y ni os cuento como huela a una en celo, ¡copona santa¡ te saca el brazo de su sitio…
En el mes de diciembre, cerca de Nochebuena, entonces no había Navidad, los jueves por la tarde se reunían en la puerta del metro de Ventas, allí al calor que salía por la rejillas del suelo, las sirvientas, llegadas desde “el campo” a Madrid, reían y lloraban, añoraban mientras hacían planes de boda, incluso, alguna aprovechaba para informarse de como estaba aquel chico que un día la pretendió, y hoy está preso en Uclés.
Cada año, aprovechando que todo el mundo ya está cerca de la mesa el día veinticuatro, la abuela de mi hija, la bisabuela de mi nieta, mi madre, cuenta estas o parecidas historias de cuando ella llego a Madrid, y entró a una buena casa, cerca de Ventas, a servir. Yo la he escuchado con el fondo de la voz de flauta del dictador: “Españoles, un año más…”, también con la voz gangosa del Borbón lleno de “orgullo y satisfacción”; este año la volveré a escuchar mientras habla el preparao. O quizás sea mientras en cualquier canal dan el resumen de noticias del año, y nos cuenten cuantas veces y cuantos han saltado la valla en Melilla, seguro que Ella se quedará mirando atenta la televisión, suspirara mientras dice: ¡qué lastima, pobres míos! Y empezara sus relatos con, “pues dices tú, cuando hacía frío nos reuníamos a la salida del metro de Ventas…”.
A mí, a nosotros, no se nos olvidará de dónde venimos, sobre todo porque así sabremos dónde queremos ir. DIARIO Bahía de Cádiz