La vida, dicen, es una sucesión de felicidad y dolor, instantes buenos e instantes malos, de toma de decisiones, muchas veces equivocadas, pero decisiones al fin y al cabo. Conforme va pasando el tiempo, conforme nos hacemos viejos, o mayores que queda mejor, el dolor físico se va apropiando de nuestra vida; es más, vivir y dolor físico vienen a ser lo mismo, las decisiones las toman por nosotros. Te llevan al médico, te dan las medicinas, te duchan y asean, y cada vez son menos las decisiones; os lo digo yo, que a mis ochenta y cuatro años sé de qué hablo.
El otro día, mis hijos, que me quieren mucho y que deciden por mí, muchas veces sin consultarme, me llevaron a un médico, algo así como siquiatra, pero de viejos, geriatra le llamaban. Qué empeño tenía ese buen hombre en que le contara cosas, hijos que tengo, qué como, qué hago…, en fin, que parecía que me quería pillar en un renuncio para darme antidepresivos. Llegó a preguntarme a qué se debía que no supiera leer y escribir, y con eso ya me harto.
“Mire usted, no me haga hablar, no me haga hablar….”, le dije. Él me contesto que se lo contara, que por eso me lo preguntaba…
“Pues yo se lo cuento, mire usted, se llevaron a mi padre a la cárcel cuando yo tenía seis años, la edad de ir al colegio y de aprender, mi madre cuando le preguntaba alguien si yo iba a ir a aprender a leer y escribir, siempre respondía que cuando saliera mi padre; pero él nunca volvió, se quedó en una fosa común, y yo nunca fui a la escuela, ya ve. Mas tarde cuando mis hijos y nietos intentaban enseñarme, yo siempre les decía lo mismo, cuando salga mi padre de la cárcel”. El médico no supo que decir.
Cuando una tiene más de ochenta y cuatro años se convierte en asidua de las urgencias hospitalarias, de vías en venas, de noches sin dormir. Aunque nunca me han tratado en la medicina privada -cuando lo intentaban yo siempre les he dicho “a mi en la pública, a los hospitales de Esperanza Aguirre que vaya ella”-, tengo que reconocer que algunas veces…
Sin ir más lejos, la última vez que estuve ingresada, a la compañera de habitación le perdieron la dentadura, y allí tienes a todo la familia, hijos y nietos buscando los dientes de la abuela por urgencias, servicio radiológico… al final los encontraron en el servicio del TAC.
Son las tres de la mañana del día veinticinco, y aquí estoy en mi cama articulada pensando y recordando estas cosas. DIARIO Bahía de Cádiz