Mírate en el espejo y dime si te gusta lo que ves. Ahí empieza todo, en ese ejercicio tan simple se esconde el secreto. No, no hablo de si te planteas o no luchar contra las canas. Tampoco de ese flotador que llegó un día a tu vida, y que no te deja pese a que se marche el verano, aprendas a nadar o ni siquiera vayas al mar o a la piscina.
En mirarnos al espejo y gustarnos, sentirnos contentos con lo que somos -aseguran quienes saben de esto- está el camino que conduce a la felicidad. E imagino que esto sirve para una persona y para un territorio.
Sí, porque este artículo no va sobre mí o sobre ti. Bueno, quizás sí, sobre todo si compartes conmigo el vivir en una provincia como Cádiz. Un entorno privilegiado, que puede presumir de tener una ciudad como Cádiz, “la más antigua de Occidente”, con sus playas, su historia y patrimonio físico y cultural, como su carnaval, no puede ser tenida en cuenta únicamente por tener a “gente con gracia”.
También puede hacer lo propio con una ciudad como Jerez, donde el vino y el caballo, pese a ser importantes, no son lo que tendrían que ser si fuésemos más ambiciosos. Una ciudad con un lugar de peregrinación como su circuito de velocidad, con una campiña que en otras manos serían ya un motor turístico sin comparación; con un patrimonio enterrado y olvidado como el yacimiento de Asta Regia; y con un aeropuerto al que le falta que se apueste decididamente por él, no puede ser conocida aquí y allá como la ciudad del paro. No podemos contentarnos con presumir de Feria del Caballo y olé.
Y qué decir de una localidad como El Puerto, con sus innumerables casas-palacio, ocultas a propios y extraños, que tienen que conformarse con contemplar el magnífico Castillo de San Marcos y poco más, porque la ciudad únicamente vive prácticamente en verano.
Un sitio destacado merece Chiclana, municipio con tanta proyección como cerrazón. Parece increíble que un edén costero como Sancti Petri y La Barrosa sea simplemente la gallina de los huevos de oro de junio a septiembre. Sólo hace falta darse una vuelta por una localidad mal configurada, donde aún falta un paso para que la gente se abra a nuevas ideas, aunque éstas vengan de gente forastera. No puede entenderse, por ejemplo, que no se explote la conexión fenicia que tan buenos resultados da en otros puntos.
A todo esto, porque podríamos seguir con San Fernando, Puerto Real y Rota, y no parar hasta llegar a Algeciras y Grazalema, pasando como sitio con un encanto especial como Vejer o Medina Sidonia, hay que destacar la de oportunidades perdidas en esta tierra por no saber mirarse al espejo o no hacerlo con la mirada o los ojos adecuados.
Sirva como ejemplo una infraestructura que he tenido la ocasión de visitar estos días: el Acuario de Sevilla. En terrenos de la Autoridad Portuaria de la capital hispalense se han inventado un lugar magnífico, donde se apuesta por la educación y el medio ambiente y a la que se le saca, además, rendimiento económico. Tal es así que creo lícito plantearse qué hace algo así en Sevilla, que tiene un río señero, pero no mar, cuando esa idea hubiese casado perfectamente con Cádiz capital, Puerto Real o El Puerto, ciudades todas donde la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz tiene presencia. ¿Por qué no haberlo construido, por ejemplo, en los terrenos próximos a la playa portuense de La Puntilla?
No, no me vale la excusa de que Sevilla es Sevilla, porque aun reconociendo que juega en otro nivel, la cuestión quizás esté en la falta de miras y de ambición de quienes ostentan la responsabilidad de luchar por esta tierra. Hace falta alturas de miras, no pensar en ganar un partido y en resultados a corto plazo (léase votos en las próximas elecciones), sino en intentar conquistar un campeonato, para que un día nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos puedan decir: “Lo siento, no todo el mundo puede vivir en la provincia de Cádiz, donde no faltan el arte, el sol y la playa y donde sólo viajamos por placer, porque tenemos trabajo todo el año”. DIARIO Bahía de Cádiz Carlos Alberto Cabrera