“Las personas deformes y los eunucos. Los viejos y los bastardos suelen ser envidiosos porque el que no puede remediar su propio estado hará lo posible para dañar el de los demás”. Francis Bacon.
Uno de los fenómenos que más preocupan de los que están afectando a las nuevas generaciones de ciudadanos es, sin duda alguna, el de la cantidad de personas que optan por entrar en la categoría de funcionarios públicos. Antes los jóvenes querían ser ingenieros, médicos abogados o farmacéuticos, carreras que esperaban que les iban a proporcionar una vida digna, la posibilidad de formar una familia y, de paso, asegurarse una vejez tranquila para sí mismos y sus familiares más próximos. Era cuando alguien, con un patrimonio “arregladito”, hasta se podía permitir dejar asegurado el porvenir de una hija solterona o, incluso, un legado para una obra de beneficencia. Hoy en día, los jóvenes prefieren ganar menos, disponer más tiempo libre para el ocio y asegurarse un salario mensual que, sin ser muy sustancioso, les permita afrontar un tipo de vida en el que, con poco esfuerzo, sin muchas responsabilidades y tiempo para dedicar a algún hobby, les libre de preocuparse por su futuro y por las vicisitudes de la economía del país; porque, señores, el conseguir ser un funcionario de la administración pública se ha convertido en la máxima expectativa para quienes prefieren formar parte de la muchedumbre que forman los que se “alimentan” de la mamandurria de las Arcas del Estado, antes que exponerse a los avatares e incertidumbres de una profesión liberal o de los que deciden con su esfuerzo, sus estudios, su capacidad emprendedora y sus ideas innovadoras, ayudar a crear riqueza, proporcionar nuevos puestos de trabajo, contribuir con sus impuestos al progreso de la nación y aspiran, con todo merecimiento, a proporcionarse una posición holgada y destacada dentro de la sociedad.
Sin embargo, aún los hay que, sin formar parte de estos que se conforman con hacer unas oposiciones, participar en un concurso o entrar a formar parte de los aspirantes a trabajos para la comunidad, simplemente reuniendo los requisitos mínimos para poder ocupar el puesto que se les asigna, por humilde que sea; aspiran a encontrar un acomodo más rentable, una ocupación menos estresante y a la vez mejor retribuida, poco cansada y, evidentemente, con todas las características de un “chollo” del que se tienen infinitas formas de conseguir hacerse con una pequeña fortuna que les permita asegurarse una vejez acomodada, sin necesidad de esforzarse demasiado y ateniéndose al principio de limitarse a hacer estrictamente lo que quienes los dirigen les indiquen, sin pedir explicaciones ni emitir opinión alguna. Hablamos, como ustedes, avispados leedores, ya habrán advertido: de estos políticos, de nuevo cuño, de escasa preparación, de gran entrega a “la causa”, de experiencia en enfrentamientos callejeros y huelgas salvajes, de izquierdas hasta la médula y con la característica imprescindible de estar dispuestos a participar en cualquier fechoría que sus dirigentes decidan encomendarles.
Verán ustedes, si alguien está en el paro, si sus emolumentos mensuales no llegan a los 1000 euros, si tiene un empleo en precario o le pesa demasiado el pico y la pala con el que debe realizar su tarea; el conseguir entrar en el privilegiado grupo de los aspirante a políticos, de un puesto que le reporte un sueldo de dos o tres mil euros al mes, con sus pagas extras, con dietas y gastos de desplazamiento, no me negarán ustedes que ¡mola de verdad! Si es usted experto en arengar a sus compañeros de trabajo, en decir pestes del empresario o poner de chupa de domine a todos aquellos que no se achanten ante sus catilinarias, ya tiene ganada la plaza para formar parte de las listas electorales, tanto para las municipales como para las generales. Vean ustedes el caso paradigmático del señor Gabriel Rufián, de ERC, diplomado en Relaciones Laborales y verdadero discípulo de Camilo José Cela en cuestión de insultos, palabrotas, ofensas y dicterios contra sus adversarios políticos, cohibidos e incapaces de luchar contra él apabullados por un repertorio de palabras soeces semejante. ¿Ustedes pueden creer que este señor que fue despedido de la empresa en la que trabajaba por absentismo injustificado, conseguiría en otro lugar un modus vivendi tan espléndido y con tantas posibilidades de “lucimiento”, como con este verdadero chollo que se ha sabido procurar? Evidentemente no y, por esto, intenta ganarse cada día su puesto, utilizando lo más “excelso” de su vocabulario en un intento, evidentemente baldío, de imitar al prócer de la I República, don Emilio Castelar.
Vean el caso flagrante de la alcaldesa de Barcelona, la señora Ada Colau, experta en enfrentamientos con la policía, acostumbrada a ser arrastrada por las Fuerzas del Orden fuera de la primera línea de las luchas y, como les suele ocurrir a quienes, en lugar de aprender, estudiar, acabar sus estudios y saber lo que es trabajar, prefieren entrenarse en la profesión de “activista” en la que, si bien no se consigue ningún título académico, si se logra progresar en el escalafón de los expertos en crear problemas sociales. Véanla ahora, investida de la condición de alcaldesa, nada menos que de Barcelona, con su marido enchufado, cobrando un sustancioso sueldo y con derecho a cometer barrabasadas y a comprometer el futuro de la capital catalana; pensando que sus ideas alocadas, sus decisiones extemporáneas, sus salidas de tono y su falta absoluta de una preparación mínima para el puesto que ocupa, la autorizan para hacer lo que le plazca, han conseguido poner patas arriba al turismo de la ciudad Condal, con una moratoria sin sentido de la que se va a tener que arrepentir debido a que, la Justicia ya está colocando de nuevo las cosas en su lugar, después de que la mayoría de perjudicados por sus decisiones recurrieran a los tribunales para exigir sus derechos.
Eso sí, ha conseguido poner de los nervios a los comerciantes, protegiendo a una serie de manteros que han invadido varios lugares de Barcelona donde se instalan sin importarles perjudicar a los que, legítimamente y pagando sus impuestos, se ven perjudicados por una competencia ilegal y desleal que les roba parte de sus clientes, con la agravante de que, ni la policía ni los mossos de escuadra, se atreven a meterse con los infractores, sabiendo que la señora alcaldesa se ha constituido en el ángel de la guarda de tales sujetos. Esta señora forma parte de esta pandilla de comunistas bolivarianos, enviados a Europa para traernos los vientos comunistas que siembra en su Venezuela el señor Maduro, con los resultados que todos conocemos. Lo malo es que, con este sistema asambleario del que se vale la alcaldesa, de estas absurdas comisiones de barrio, en la que se sienten como pez en el agua todos aquellos que no han conseguido ser nada en toda su vida, pero que se crecen cuando alguien los nombra presidentes de una comunidad de viviendas o presidente de la junta de vecinos de un barrio; convirtiéndose en celosos inquisidores dispuestos, como hacían en la Rusia soviética los comisarios de aquellos termiteros gigantes de viviendas cochambrosas ( ahora van a derruir 8.000 de ellas), cuya misión era delatar a la KGB a los vecinos que no seguían a toca teja las directrices del Kominform.
Los señores de Podemos llevan en su ADN el emponzoñamiento asambleario, la raíz del anarquismo puro que, como se sabe, no es más que una falsa piel que esconde debajo la máxima tiranía ejercida por quienes llevan el mando que no permiten que nadie inferior a ello mueva un pelo bajo la pena de acabar siendo defenestrado. Vean la incursión llevada a cabo por el señor Iñigo Errejón, cuando quiso comerle el terreno a su “compañero” de partido, el señor Pablo Iglesias, y vean los resultados de tamaño atrevimiento. Basta ver el aspecto de los componentes de tal colectivo, su forma de expresarse o sus métodos de proselitismo, para valorar de qué tipo de personas se trata, del peligro de que llegasen a ostentar el poder o de la posibilidad de que, otros partidos, en este caso los socialistas, al mando de Pedro Sánchez, fueran capaces de pactar con ellos, con el sólo propósito de sacar a los populares del gobierno. ¡Dios nos libre de que eso ocurriera!
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos que lamentarnos de que, nuestra política, tenga un exceso de representantes en las diversas cámaras que existen en nuestra nación y en sus autonomías; un número que no tiene nada que ver y, evidentemente innecesario, con la eficacia de nuestras instituciones. Algo parecido a lo que ha denunciado el señor Macron en Francia donde ha denunciado que sobran un tercio de los políticos actualmente de las cámaras de representación popular. Debiéramos empezar por hacer limpieza de tanta escoria. DIARIO Bahía de Cádiz