A punto de olvidar la interminable cuesta de enero, aunque con alguna que otra cuenta pendiente, nos acercamos al mes de febrero, que en mi tierra siempre ha sido una fecha de jolgorio, disfraces y fiestas. El Carnaval de Cádiz se aproxima, las coplas ya nos arropan todas las noches y las letras nos despiertan para comenzar el nuevo día.
Ahora, más que nunca, las rimas y las voces, como no hubiesen podido intuir en las Constituciones Sinodales del siglo XVI, al son de las guitarras, bombos y cajas, nos dan la bienvenida a modo de like, a través de retweets o por los medios de toda la vida, que dejan de ser tradicionales, al encontrarse embebidos en un aparato, que lo mismo te canta por Martínez Ares, Juan Carlos Aragón o El Selu, que te hace los selfies en el Gran Teatro Falla o te recuerda la programación del próximo pase. Y, todo eso, sin levantar la mirada de su pantallita, a las siete o las ocho de la mañana, con el café y su correspondiente paracetamol, junto a la ventana y el amanecer.
A esa nueva e inimaginable forma de comunicarnos, desde cualquier punto del planeta, me vengo a referir, para que nos exprimamos el seso y, desde mi barrio natal, no sólo exportemos romanceros y tanguillos, que también, sino el arte, la creatividad y el ímpetu, el talento de crear una ciudad sobre el telón de fondo de un escenario, ese sentimiento candente para rescribir la historia y la capacidad para imaginar el atuendo de toda una época con hilo y aguja. Se nos conoce por ser sociables, dicharacheros y con mucha gracia, pero dónde está el arte, la cultura o la constancia, necesaria para imaginarnos cada año una situación sin igual.
Aprovechemos esos likes, retweets y selfies, que ahora nos acompañan a diario, para denotar el talento que se respira por las calles, del que nos dotaron nuestros padres, madres y abuelos, para construir la ciudad que todos soñamos, un lugar próspero, con trabajo y libre prejuicios y, del mismo modo, que nos despojamos de nuestras inseguridades para disfrazarnos en carnaval, arrojemos el miedo, a salir, a exponernos, a pronunciarnos. Eliminemos las barreras que la cuna de la libertad levantó en el mes de febrero y alarguemos esa habilidad, para mimetizarnos en cualquier ambiente, hasta marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre.
Usemos el pito de carnaval para hacerle la entradilla a la exclamación de que, ¡sí hay talento! Que somos un pueblo que sabe de vientos y mareas, que husmea en la historia, que conoce refranes y leyendas, que no tiene vergüenza a decir lo que piensa, que pelea, que se enoja, que reclama. Reclama el futuro que nos prometieron nuestros antepasados, el comercio que nos pertenece por lugar y situación, las ganas de luchar y cantar, si hace falta, para que nuestros hijos piensen, lean y se pregunten, de dónde vengo, a dónde voy, tal y como hizo Bécquer.
Ya va siendo hora de que nos quitemos ese miedo a salir, de febrero hacia afuera, me gustaría ver barcos, edificios y lugares, conquistados por el talento de mi gente, a los que poder acudir, a engrandecerme cuando allí me vea, – ¿ves este maravilla que todo el mundo idolatra? Pues las raíces vienen directamente de mi tierra. DIARIO Bahía de Cádiz Vicente Marrufo