Recuerdo que al día siguiente del ataque a las oficinas de Charlie Hebdo, después de perder a diez compañeros, sacaron un número más multitudinario que nunca. Después del 13 de Noviembre, exactamente igual. De forma bastante explícita, estos hechos y el cómo se enfrentaron a ellos nos hacen recordar la fragilidad de nuestra vida cotidiana, aparentemente protegida por la seguridad social, los airbags, las alarmas y un Ministerio de Defensa enorme.
Es de esperar que todos aquellos que se propongan cerrar filas en torno a la sociedad francesa sean, al menos, tan pretendidamente valientes; pero no está siendo así, bajo la presunción, que no la amenaza, de un peligro. Un peligro que nos hace reconocer igualmente que queremos ser franceses, pero sin ser franceses.
El miedo flota en el aire que respiramos, corruptor de mentes, después de décadas. Evitamos la hambruna, la sequía, las plagas, e incluso las guerras. El enemigo, por tanto, sólo puede venir ahora desde nosotros mismos. Y, contrariamente a alimentarnos del miedo y ponerle una cara seria, estamos prefiriendo muecas de desagrado, minutos de silencio… he ahí el diagnóstico: silencio.
Al terrorismo se le combate con la indiferencia, con la vida cotidiana. Por eso creo que es incomprensible e intolerable que se cancelen nuestras muestras de solidaridad, la unidad cívica, que, doscientos años ha, dio origen en las cabezas pensantes a la idea de Europa. ¿Cómo cancelar un acto a la libertad de expresión por… miedo? ¿No es la libertad justamente eso porque alguien, o algo, pretende impedirlo?
¿Cómo podemos ser una sociedad democrática y justa haciendo justo lo que los terroristas desean, es decir, silenciarnos? Pensemos un momento que la sociedad europea, además de matarse entre sí, ha asesinado fríamente a miles de kilómetros para disfrutar de lo que ha día de hoy presumen ante los polvorosos ojos del resto del planeta. Y, sin embargo, no tiene valor para defenderlo con el arma de la palabra, del sagrado acto de la presencia en la calle. Preferimos el luto y los bombarderos y volvemos a decepcionarnos. DIARIO Bahía de Cádiz