Pues sí, resulta que yo también tuve un abuelo republicano. Un abuelo brillante, cariñoso y decente hasta la médula. Podría hablarles durante horas de mi abuelo Ovidio aunque murió cuando yo tenía seis meses. Mi padre y mi madre me han hablado tantas veces de él que tengo una imagen nítida en mi cabeza. Un hombre caballeroso, sumamente culto y educado que dejó huella en todo aquel que le conoció. Era maestro y miembro fundador del Ateneo Literario de Langreo. No hay puerta que no se me abra allí, al saber que soy nieta de Ovidio e hija de Arístides. No hay nada que yo no hiciera por honrar su memoria.
Republicano de corazón, no hizo la guerra por su edad y aún así fue represaliado. Con seis bocas que alimentar, se vio forzado a entrar en la Falange para facilitar su acceso a un trabajo, muy por debajo de sus méritos y posibilidades, pero que le permitió salir adelante aunque con muchas dificultades.
La foto que aún conservamos en casa con el uniforme falangista es la cara de la amargura. Solo hay que mirar su expresión para saber lo que mi abuelo debía de estar sintiendo.
Con la inestimable ayuda de mi abuela consiguió sacar adelante a sus seis hijos. Todos los varones son titulados universitarios e incluso una de mis tías, en unos tiempos en que el acceso a la universidad era más que complicado para todos y muchísimo más para las mujeres.
Mi abuelo murió en 1964, el mismo año en que yo nací. Mi padre, economista de profesión, comenzó aquel mismo año a trabajar para una multinacional francesa y en 1967 le trasladaron a Alcalá de Henares. Allí, además de venir al mundo mi primer hermano varón, la empresa nos asignó uno de los chalets reservados para los directivos de las fábricas de aquella zona. Tenía un precioso jardín, que a nosotros se nos antojaba enorme, dentro de lo que se denominaba en aquel tiempo una “colonia”.
Piscina, campos de tenis y el sol de Castilla en un microcosmos cerrado y exento de peligros. La felicidad absoluta para mi madre que nos tenía libres y felices correteando sin peligro. La recompensa a tantas horas de estudio y trabajo de mi padre. El comienzo de un bienestar más que merecido.
Me cuenta mi madre que casi durante un mes mi padre no tenía consuelo, veía aquel jardín soleado, el enorme salón acristalado al que le daba el sol durante el invierno, el porche resguardado de los vientos donde compartía el café con los amigos en cualquier época del año, y no podía dejar de pensar en su padre y en lo que hubiera disfrutado allí. Lo imaginaba sentado en el jardín, con una manta sobre las piernas y sin frío, por fin sin frío. Decía que siempre tenía frío, la humedad en Asturias y concretamente en la cuenca minera donde vivía, se te mete hasta los huesos. Allí no hay levante que los seque.
A mi abuelo le tocó vivir una época dura y murió demasiado pronto. No tuvo tiempo de recoger los frutos de tanto sacrificio y tanta amargura.
Él y muchísimos millones de españoles pasaron hambre, frío y miedo. Todos descendemos de ellos. A todos nos duelen nuestras historias y nuestra sangre. Lo que no creo que se merezcan es que venga nadie a resucitar los viejos fantasmas que les amargaron la vida. Lo que no me parece de recibo es que nadie enarbole una supuesta superioridad moral sobre los votantes de partidos como el PP o el PSOE.
La noche electoral, Pablo Iglesias nos habló de su republicano abuelo y de los jardines de Atocha, ajustando tal vez cuentas con la historia. Ni ha ganado nada ni tiene una mayoría representativa. Al igual que unos se apropiaron de las banderas e himnos de mi país, ahora gente nacida en los ochenta y los noventa se apropian de su historia. El alcalde de Cádiz la noche electoral municipal habló de que por fin habían ganado los “suyos” y Ada Colau le habla a la presidenta de Andalucía con una superioridad moral que te deja perplejo.
En un giro aún más desconcertante, Podemos impone para sentarse a negociar, el referéndum en Cataluña. Diecisiete millones de españoles han votado a partidos que claramente están contra ese referéndum. Pablo Iglesias pretende imponerlo con cinco millones de votos.
Creo que lo peor que se puede ser en política es sectario. Ese sectarismo y la pasión, que no el razonamiento sosegado, fue lo que nos llevó a la contienda que tanto les gusta recordar ahora.
Yo también tuve un abuelo republicano y no por eso le doy lecciones a nadie ni me hallo en posesiones de la más absoluta de las verdades. Hablo de él con orgullo, no lo utilizo. Y no voy a consentir que lo utilice nadie. DIARIO Bahía de Cádiz