Érase una vez una discoteca que estaba a reventar de gente moviendo el esqueleto o empinando el codo o charlando, etc., En fin, relaciones sociales que son muy aconsejables.
En esto que entran unos sujetos fuertemente armados y decididos a matar a todo bicho bailante o moviente. Antes tirotearon los aparatos de música y, cuando se hizo el silencio, un silencio aterrador, con toda la calma del mundo, el que parecía ser el jefe de la banda, preguntó:
– ¿Cuántos de aquí saben versículos del Corán?
Levantaron la mano acaso dos o tres de entre cientos. Recitaron lo que sabían y les dijeron que podían marcharse, algo que hicieron apresuradamente y por supuesto sin solidarizarse con los que se quedaban porque menuda solidaridad sería ésa y todo tiene su límite, hasta la solidaridad. Los recitadores decidieron ser solidarios con ellos mismos, enlazando con el dicho religioso: la caridad empieza por uno mismo, así como con el poema de Martin Niemöller: vinieron por los infieles de occidente pero como yo no lo era del todo no me preocupé.
A continuación, el cabecilla del grupo de matones preguntó:
– Que levanten la mano los que sean de Podemos y de Izquierda Unida.
Y entonces se alzaron muchísimas manos, casi todas las presentes, a la vista de lo cual el sujeto dijo:
– Tendrán ustedes que demostrarlo enseñando los carnets o documento similar que lo acredite.
Pocos pudieron hacerlo pero a los que sí procedieron según su voluntad (la del matón) les dijo:
– Podéis salir de este cochino lugar de perversión y decadencia porque vosotros no firmasteis el pacto antiyihadista y además estáis en contra de la guerra.
De inmediato, las personas liberadas abandonaron el lugar a toda prisa mientras que los invasores cargaban sus armas y apuntaban a la mayoría de los clientes del lugar que permanecían atónitos y horrorizados ante lo que estaba a punto de ocurrir.
Sin embargo, llegó el milagro. Por las puertas principales y por las traseras y de emergencia del local irrumpieron los buenos, armados hasta los dientes, y dispararon a diestro y siniestro. A los clientes –jóvenes por lo general y conociendo ya lo que pasó en París- les dio tiempo a meterse bajo las mesas, a esconderse debajo de las losetas, tras los mostradores, detrás de las cortinas, en los servicios… Por el contrario, los malos murieron todos. Antes de irse al Edén, el segundo mandarín de la banda, agonizando y envuelto en sangre, le dijo al jefe que, igualmente, estaba a su lado dispuesto a partir a un mundo mejor: “Te dije que no te entretuvieras tanto como hacen los malos en las películas que por eso siempre pierden, te dije que nada de matanzas selectivas, aquí o todos moros o todos cristianos, que eres un huevón y te has vuelto infiel con tanta película decadente que te has tragado”. Y, en diciendo esto, expiró primero y luego el jefe. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig