Hay tantas historias como maneras de vivir. La vida puede vivirse desde una atalaya o a pie de calle. Con corona y trono o siendo gente sin casa pese a que haya muchas casas sin gente.
No es lo mismo hacerlo siendo un lobo solitario que teniendo familia. Ni siendo hombre que mujer, a pesar de la ampliación del permiso de paternidad a cuatro semanas.
Es diferente vivir realizando continuas promesas cuando sabes que nada ni nadie te exigirá cumplir tu programa que no poseerlo pero sí tener palabra.
Nada tienen de semejante los días vistos desde los ojos de un niño que desde los de un veinteañero, un treintañero o un octogenario. Nada. Tampoco se asemeja la vida de un magnate a la de un parado.
Por supuesto, muy diferentes son las vidas de quienes tienen que adaptarse a unas formas que no se piensan en hacerse accesibles de las de quienes a pesar de poder ver, oír, oler, tocar y saborear se buscan impedimentos superfluos.
Imposible comparar la forma de encarar la vida de quien cree en que querer es poder, cuando hay gente convencida de que es poder todo lo que quiere.
Incomparable también son las experiencias de aquellos que viven la vida a base de fracasos que marcan y enseñan de las de otras personas que vivieron el éxito desde la cuna. Igualmente encontrarás diferencias dependiendo del concepto de éxito y fracaso que tengas.
Hay mil maneras de vivir. Todas legítimas mientras el Código Penal o el libro blanco de lo éticamente correcto no demuestren lo contrario. Todas censurables desde la barra de un bar, desde el sofá de casa o mientras se escribe desde el anonimato en las redes sociales.
Mil maneras de vivir. Todas diferentes y todas con el mismo final. DIARIO Bahía de Cádiz