El Corte Inglés y sus órdenes siempre me pillan con el pie cambiado.
Todos los años, cuando anuncia la primavera en febrero, me entusiasmo y guardo la ropa de invierno, y resulta que, como la marmota Phil, si descubro mi propia sombra persiguiéndome, en un día extraño de sol, vuelvo a mi guarida, por seis semanas más, y llueve intensamente fuera.
Por eso he decidido que no le haré caso al ojo todopoderoso que me observa desde un triángulo verde. En las navidades tendré que claudicar, no hay más remedio, y sobretodo en los despistes y las prisas de última hora (nos manipulan). Pero nunca más. Nunca más.
Y haré oídos sordos al bombardeo publicitario de los “días de”. Aunque este domingo es distinto. O quiero pensar que sí lo es.
Cuando era pequeña a Cádiz no había llegado el gigante de las compras. Estaba Galerías Preciados en la calle Ancha, que también tenía lo suyo. Aunque a mí, cuando era pequeña, me gustaba ir con mis padres, porque era garantía segura de una napolitana en La Camelia, después de una aburrida tarde de compras.
Yo, cuando era pequeña, no sabía lo que era el marketing, aunque merendara bollycaos y jugara con el blandiblú.
Y antes, en domingos como el de pasado mañana, a mamá se le regalaban margaritas silvestres, o una obra de arte con ceras de colores, o un muñequito de barro moldeado en el cole, con la sonrisa tatuada con un palillo de dientes y un pequeño cartel donde se leía “te quiero mamá”.
Todo ha cambiado. Todo cambia, constantemente. Y ya no está ni Galerías Preciados, ni existe La Camelia, en la calle Ancha.
Ahora nos imponen que vayamos a la sección de perfumería, el que pueda, a buscar un olor caro que reemplace el aroma a soledad que llevamos en la ropa.
Pero los recuerdos son poderosos, y pese al ruido de los tiempos, todos tenemos un mantra común, una palabra mágica que siempre viene a salvarnos de los monstruos que se esconden bajo la cama, que nos alivia el dolor de barriga, que nos consuela la pena cuando nos vemos perdidos.
Mamá, mamá, mamá,..
Y resulta que desde hace cuatro años, el mantra resuena en mi interior con doble fuerza. Su significado se ha ampliado, y sigue creciendo, día a día.
No me quiero poner cursi, no es lo mío. Por eso, hoy cerraré mi columna con lo que quiero que sea un regalo, con un poema (lo único que me sale más o menos, en esta vida), para todas las mujeres que caben en ese mantra, hayan parido o no. Eso no importa. Y para todos los que se sacuden los prejuicios y las prisas, y reparten un abrazo extra, más de un domingo al año, lo diga o no El Corte Inglés.
A mi madre
Me hiciste los huesos con besos
de mandarinas y palabras
de aceite, azúcar y de pan.
Diste todas tus jóvenes mañanas
a las mías recién amanecidas,
para que tu cariño inagotable,
y tu risa, se grabaran en mi alma,
nada más abrir los ojos y
alivias mi dolor.
Abrazándome fuerte.
Para que la inercia del mundo
no me llevara aún, tan pronto…
Pero el tiempo ya tira de mis manos.
Y nos aleja, irremediablemente.
Y tengo tanto miedo…
Cóseme, mamá, otra vez las costuras.
Con hilo de canciones
con música de viernes.
para que nunca se abran
para nunca romperme.
Y que nunca me quede yo sin ti.
Ven a buscarme. Arrópame.
Tu voz es suficiente. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso