No soy aficionado al fútbol y son escasas las ocasiones en las que me pongo ante la pequeña pantalla (sólo he asistido una vez a ver el Mallorca en el campo “des Fortí” cuando todavía vestía pantalón corto) y suelen ser cuando la selección española juega un partido importante, generalmente en competiciones internacionales, no sólo por la curiosidad de ver como se desenvuelven sobre el césped los jugadores, sino por este patriotismo que a algunos nos queda en el fondo del corazón. Sin embargo, creo firmemente que ha sido un gran error, seguramente por la ambición de los directivos de los clubes de llenar los estadios de bote en bote, el transformar la natural rivalidad deportiva de las aficiones, en enfrentamientos en los que el resultado positivo del encuentro para alguno de los contendientes, más que en una forma de alegría por la victoria deportiva, se convierte en un motivo de burla y escarnio para el equipo que ha resultado perdedor, al que, no se sabe por qué extraño rencor, se le identifica con una determinada opción política contraria a la profesada por el equipo vencedor cuando, en los campos o en las canchas de deportes, la política debiera ser erradicada de raíz, por identificarse como uno de los peores males que puedan afectar a cualquier evento deportivo.
Es por eso que cuando, como ocurre en la actualidad en el caso de la competición de la Copa del Rey de fútbol, llegada la final de las eliminatorias, el trofeo debe disputarse entre los dos finalistas, y se está a la búsqueda de cuál es el estadio más adecuado para que se dispute el partido y, uno de los equipos que van a disputarla, se empeña en que el evento tenga lugar en el campo de su más directo rival y, por desgracia, se le considera como el representante de la más irreconciliable rivalidad política existente entre el gobierno del Estado y la facción separatista del catalanismo más excluyente; es evidente que lo deportivo ha dejado paso a lo político y que, el peligro de que la celebración de la final entre los dos equipos que se disputan el trofeo, si se hiciera en el campo del Madrid, como es lo que pretende el Barcelona, no hay duda de que se convertiría, dadas las actuales circunstancias políticas que acompañan este suceso, en una encuentro de gran peligrosidad y con el evidente componente agravante de la posibilidad de que se produjeran desagradables sucesos de orden público.
Y en esta situación, el señor Del Bosque, que seguro será un muy buen entrenador, pero que no puede evitar meterse en cuestiones en las que sería preferible que se mantuviera al margen, cuando lo que se está poniendo en cuestión escapa de sus capacidades deportivas; comete el desliz de tomar partido por una de las partes enfrentadas, como si fuera un alma “inocente” que se acaba de caer del guindo, al atreverse a pronunciar una frase tan poco oportuna como es la de decir: “¿La final de Copa? El Real Madrid tiene que ser generoso”. ¿No le parece al señor Del Bosque que ya se ha escrito demasiada tinta sobre este tema y que, las pasiones en ambas aficiones, están lo suficientemente caldeadas como para abstenerse de meter todavía más leña en la caldera? En todo caso, no parece haber sido la mejor aportación del señor Del Bosque, para evitar que la disputa se apaciguara y se buscara otra salida más sensata, que la hay, para impedir que el Bernabeu se convierta en una más de las múltiples discordias que, por desgracia, parece que se han convertido, últimamente, en algo habitual en nuestra nación.
Si algo hace falta en España, en estos momentos, para acabar de empeorar esta etapa de conmoción, inseguridad y despiste que existe entre los ciudadanos españoles, con motivo de los resultados contradictorios de la votación del 20D del pasado 2015, es que esta división entre unos y otros se vaya avivando, enrareciendo, profundizando y convirtiendo, a medida que las discrepancias crezcan, las discordias afloren y los ánimos se caldeen, en algo más con lo que excitar los viejos odios y resucitar las pasadas rencillas, para usarlas como armas arrojadizas para favorecer unas opciones políticas, de derechas o de izquierdas, que es evidente que, si seguimos por el camino empezado y se persiste en avivar los rescoldos del pasado, puede llegar a suceder que se vuelvan a repetir aquellas condiciones que dieron origen a lo que fue uno de los enfrentamientos más graves entre españoles y más costosos, en cuanto al número de víctimas de cada bando en liza, de todas las guerras que nuestra nación padeció en los últimos siglos de nuestra Historia. Hace un tiempo nadie, en este país, pensaba que pudiéramos llegar a temer que aquellos tiempos, que todos dábamos por amortizados y olvidados, pudieran regresar para complicarnos la vida a unos ciudadanos que, lo que de verdad estamos deseando es vivir en paz y sin nuevas inquietudes que nos pudieran recordar pasadas penalidades y sobresaltos.
No obstante, algo hay en las nuevas generaciones, quizá el que nunca hayan tenido que pasar por situaciones tan complicadas como las que estamos viviendo en la actualidad, que les impulsan a apoyar movimientos de tendencias libertarias, opciones que, desde el aspecto filosófico de las utopías, quizá puedan resultar apetecibles, humanitarias, deseables o incluso, desde el punto de vista moral, necesarias; pero que, desde la cruda realidad, desde la comprobación de que la humanidad no está formada por santos, por mecenas, por apóstoles de la caridad ni por personas capaces de anteponer, a sus egoísmos personales, sus impulsos altruistas; que hacen que estos cambios bruscos, estos movimientos radicales y estos impulsos de mejorar el mundo, deban atemperarse para que no resulte que, al fin, todo aquello que se pretende mejorar sin contemplar las verdaderas posibilidades de hacerlo con éxito, acabe siendo perjudicial para un país que, se quiera o no, esta condicionado por el resto de naciones con las que se relaciona, depende del comercio que mantiene con otras zonas del mundo y debe producir materias primas y productos manufacturados que deben competir con los que se producen en otros mercados de otros países de allende las fronteras. Todo un entramado que no puede obviarse ni trasformar a nuestro gusto, sólo porque algunos se empeñen en navegar a contra corriente.
En España, se quiera reconocerlo o no, se ha hecho mucho a favor de su recuperación durante los cuatro años del gobierno del PP; es muy peligroso pretender jugarse todo lo conseguido a la carta de un cambio que no tenemos ninguna garantía que consiga tener éxito, que, por de pronto, lo que se propone por los nuevos aspirantes a gobernar, significa ir en contra de las recomendaciones que se nos hicieron desde Bruselas y que sólo tenemos como ejemplo de estas propuestas de gobiernos de izquierdas, los de Grecia y Portugal que, por lo que se ha podido comprobar, no han conseguido otra cosa que tener que amoldarse a lo que les han pedido sus acreedores y seguir fielmente las normas que se les han impuesto por la Comisión Europea y por el BCE y el FMI. ¿Vale la pena correr el riesgo de que nos pase lo mismo, sólo por intentar desplazar del gobierno al PP, por muy afectado que haya estado por la corrupción? ¿Tenemos alguna garantía de que estos que pretenden ocupar su lugar, en el nuevo gobierno de España, no acaben también metiendo sus manos en el Tesoro, cuando tengan la oportunidad de hacerlo? Es evidente que el PSOE ha tenido en su haber una buena parte en este 82%, que comparten con el PP, de los 360 casos que están en los juzgados españoles por casos de políticos corruptos.
No parece que estos señores de Podemos, que quieren aparentar ser un modelo de honradez, por lo que se ha venido conociendo, por los trabajos extraños del señor Monedero por los que recibió importantes retribuciones o las cantidades que parece recibir el señor Pablo Iglesias por no se sabe que tipo de combinación con una TV iraní; sean muestras con las que tranquilizar a los españoles respecto a sus sistemas de financiarse. Se sabe que Maduro los viene subvencionando para que hagan, precisamente, lo que están intentando en España; que no es otra cosa que implantar en ella un neocomunismo de tipo bolivariano del que ya tenemos noticias por el evidente fracaso de este régimen en Venezuela, Ecuador o la misma Bolivia de Evo Morales. Cambiar un sistema que nos ha proporcionado bienestar durante años, incluso en tiempos de crisis se ha podido sobrevivir, por otro sistema basado en la tiranía del dictador, del absolutista y del sistema totalitario y represivo del comunismo internacional; debiera de hacer reflexionar a los españoles que, temerariamente, han decidido arriesgarse a dar este cambio hacia no se sabe dónde.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos asusta que España esté dispuesta a dar este salto en el vacío que nos propone el señor Sánchez con el apoyo de Podemos e IU, unos compañeros de viaje que no nos garantizan que la travesía llegue a buen fin. DIARIO Bahía de Cádiz