He esperado a que los ánimos estuvieran calmados, ya que en este quijotesco país, en caliente, no se puede hablar ni de futbol ni de muertos, que buenos han sido todos, como decía una chirigota, nunca he visto un muerto malo.
Hace unos días nos ha dejado, tras años de lucha contra una maldita enfermedad, el primer presidente de la actual democracia: Adolfo Suárez. Estos últimos años tampoco han de tapar el resto de años a costa de una pensión vitalicia millonaria como la que disfrutan otros tantos ex-calienta sillones de la Moncloa, ni por supuesto, no haber sido nunca juzgado como ministro del franquismo.
Desde hace tiempo he aprendido, por las malas, a tenerle más miedo a los trajeados antes que a los que están llenos de tatuajes. Ver a una panda de corruptos y culpables de nuestra actual situación, alabar la figura del fallecido no ha servido precisamente para encumbrarme su persona.
Escuchar al príncipe, que si tuviera un ápice de decencia estaría buscando destino para el exilio en cuanto su papi dejara el cargo, a Felipe González, también conocido como el latifundista Argentino-Marroquí (investiguen si no me creen), Aznar, Zapatero, Rajoy… para echarse a temblar ante tanta corrupción junta y sobre todo ante tantísima poca vergüenza.
Escucho a tanto “experto” denominarlo uno de los padres de la actual democracia y es cuando reviento ¿democracia? ¿De verdad piensan que este corrupto sistema que existe en España se puede denominar así? Se merece ese nombre por cuatro libertades cada vez más acotadas.
Ha muerto un hombre sí, como cada día mueren en andamios, en barcos de pesca, en la carretera por ir a un trabajo miserable, por cuatro putos duros, pero ante todo ha muerto un político. Uno de los que montaron el negocio, uno de los fundadores del chiringuito del placer eterno, uno de los culpables de esta puta mierda en la que vivimos hoy en día. De esta parodia de patria a la que apenas le quedan diez años antes de reconvertirse en otro reino de taifas, en la futura confederación de estados ibéricos-rumano-marroquí.
Esto no es democracia, esto es un jardín del Edén para los banqueros y las eléctricas, es el poder de la empresa y nunca del pueblo. Donde cada día se mean en los estatutos de los trabajadores, donde el libro fanático-fundamentalista, que cada vez que les vienen en gana ondean a los cuatro vientos, la Constitución Española, no es más que papel mojado por los orines de los ricos.
Una parodia, un chiste malo, donde para tapar las corrupciones y los mangoneos diarios, el presidente del gobierno levanta su particular teléfono rojo para hablar con su buen amigo gobernador de Gibraltar y pedirle jaleo para que nuestros ojos se dirijan al peñón, ondeemos banderas rojas y gualdas y no miremos a los Gurtel, Bárcenas y Urdangarines.
Donde las fuerzas del orden están formadas por un puñado de sádicos que les pone golpear a quienes luchan por sus derechos y los agentes honrados son excluidos a destinos infames, donde piden que detengan a besos los intentos de invasión.
Una pocilga donde tenemos que aguantar que un romano ostente una corona, mientras mantenemos a su familia, a sus amantes y permitimos que su hija robe y se ría de la justicia. Y encima sus defensores dirán: “un presidente de la república saldría igual de caro, y Juancar es muy campechano. Mirad a Francia, mirad que caro”, pero no miréis al oeste donde los Estados Unidos tienen menos senadores que nosotros, no miréis a Alemania con sus mínimos políticos, mirad a donde a nosotros nos conviene. Y si hacéis el arduo ejercicio de pensar os ofreceremos un Madrid-Barça, un caso Neymar, una Belén Esteban u otro Gran Hermano para que volváis a cerrar los ojos.
Un sistema corrupto hasta la médula, donde se admiten elecciones donde solo participa el 38% de la población, donde el voto de un andaluz nunca valdrá como el de un vasco. Donde los partidos políticos solo tienen buenas ideas en la oposición, cuando llegan a poder la derecha impone sus más rancias costumbres y la izquierda solo quita las más populistas, ya que para llenarse los bolsillos siempre están de acuerdo.
Políticos que no dimiten, que se mofan del pueblo y nos hacen cada día pensar, si no resultaba necesario para controlarlos la tenebrosa sombra de una posible bala, ya que desde que ciertos animales del norte colgaron las armas, es cuando más impúdicamente están robando.
Una payasada, una bufonada… llámenlo como quieran pero no se atrevan a llamarla democracia, y menos cuando día a día, me está recordando más a esos futuros distópicos que nos mostraban obras como ‘1984’, ‘Un mundo feliz’, ‘Robocop’ y ‘Juez Dredd’. Un futuro donde las corporaciones son las que mandan, donde el pueblo suspira por un trabajo por la comida y donde reina el feudalismo, solo que han cambiado los castillos por torres de cristal para poder mirarnos desde sus púlpitos…
Por favor no la llamen democracia y no lloren por quien nunca pensó en nosotros.