Aunque podría ser un nombre genial para una chirigota, por desgracia no lo es. Todos los años acabo igual, con lo bonita que es esa joya engastada en piedra ostionera, dentro del continente sin fronteras que es el barrio de la Viña. Pues todos los años en verano termino encabronado al ver el trato que recibe: colillas, plásticos, latas, envases de helados, pilas de mariscadores o expoliadores más bien. Niños a los que los padres permiten que estén masacrando a la fauna o llenando los globos de agua, doble atentado primero desperdiciar agua y segundo, ¿dónde piensan que quedan los globitos explotados? En la arena, a sus padres les da igual mientras les dejen tranquilos.
Siempre me he negado a pensar que esta gente que grita a pleno pulmón coplas de Paco Alba, ¡qué bonita es mi caleta!, ¡qué buen día para ir a pescar!… se muestre completamente indiferentes a la destrucción que causa; quiero pensar, aunque en balde, que aún queda un ápice de esperanza en la humanidad, pese a que día tras día se empeñen en demostrar lo contrario.
Pues el otro día, mientras iba corriendo, haciendo algo de ejercicio para, creo que en vano, mejorar mi ya patética forma física, no sé si sería por la brisa de la Alameda, o por la falta de oxígeno, tuve una revelación: NO SON PERSONAS, SON ORCOS.
Pues sí, cuando el genial John Ronald Reuel Tolkien, JRR Tolkien para los fans de su obra, describió, a los Orcos, seres que venían de la mitología céltica, los atribuyo como humanoides oscos, que odiaban a la naturaleza. Vivían para destrozarla. Y esa es la sensación que tengo cada vez que estoy allí, al ver la destrucción innata que producen: masacre de especies, contaminación, desprecio a otros seres, irresponsabilidad, y por supuesto, ningún deseo de rectificar. Vamos, más orco imposible, solo me falta a Saruman en el Faro de San Sebastián gritando a pleno pulmón: “seguid arrasando mis criaturas”, mientras Lengua de Serpiente, cargo que podría ostentar cualquiera de nuestros políticos, le hace la pelota en busca de una migaja de poder.
Pocas descripciones se igualan tanto al ganado que se puede contemplar a diario. Me quedé de piedra el otro día viendo a una Orca gorda entrando a bañarse cigarro en boca y por supuesto tirando la colilla al agua. En algunas creencias antiguas se daba gracias al mar antes de bañarse, pues podéis comparar, la “preciosa comunión” que el ballenato ejerció.
En fin, todo esto, ocurre y seguirá ocurriendo por desgracia, mientras los “señores” policías locales se pasean dejando que transcurran sus horas de servicio, mientras toman el sol, catan tintos de verano y saborean tapitas de cazón.
Una pena, pero cada vez tengo más claro que te cerraría a cal y canto para que nunca más ninguno de estos Orcos volviera a poner un pie en tu arena. Aunque lo malo sería que a muchos que te amamos se nos partiría el corazón por no pasear por tus piedras repletas de vida.
PD: Obviamente esta fauna no es exclusiva de mi querida tierra, por desgracia están repartidos por todo el mundo y por todos los parajes naturales. DIARIO Bahía de Cádiz