Los mexicanos más humildes, sobre todo, siempre cantan cuando se reúnen. Ríen y cantan. No importa si se sabe entonar bien o no, si se posee una voz potente o no, basta con una guitarra y una o más voces para que brote el cante norteño o ranchero o el bolero eterno.
Las letras suelen ser desgraciadas pero también vitales, humanas, demasiado humanas, cantan al dolor, al valor para soportarlo, a la desgracia de tenerlo. Los mexicanos combinan la cerveza y el tequila y el sotol, en el norte, con la estrofa y el cante surgido desde lo más hondo del corazón. Las letras de las canciones mexicanas son poemas además de letras, no conozco unas letras tan bien construidas como las de las canciones mexicanas, como las coplas españolas y como los tangos argentinos. Van más allá de las letras, en realidad son novelas, historias de amor y desamor magistralmente contadas, casi novelas y a veces telenovelas.
Pero, ¿por qué cantan tanto los mexicanos?, ¿por qué esa comunicación no verbal o esa comunicación desviada a través de las letras o el chascarrillo o la anécdota?, ¿por qué esa delegación de la pena y la desgracia en la canción y en la trova?
Cuando era pequeño oía decir que “cuando el español canta si no está jodido, poco le falta”. ¿Es aplicable esto al mexicano? “Andalucía, la tierra más alegre del mundo con los hombres más tristes del mundo”, proclamó un manifiesto andalucista en el siglo XIX. Pues a mí me parece que algo de esto tiene que ver con México, como dicen por allá, “México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
En los años treinta del pasado siglo Lázaro Cárdenas, el presidente que cobijó a los exiliados republicanos españoles, nacionalizó el petróleo y con ello provocó una rabiosa campaña de propaganda difamatoria contra su país por parte del vecino del norte. Se le dijo de todo a los mexicanos. Ahora, en 2014, el Estado mexicano está poniendo ese petróleo a disposición de “los mercados”, o sea, fuera del control de sus legítimos propietarios. Son los tiempos los que mandan: lo público es igual a negativo, lo privado, a positivo, cuando por el momento lo privado ha terminado llevándonos a un grado de indignidad cercano al siglo XIX.
La república española llenó a México de conocimientos a través de sus intelectuales exiliados mientras España se quedó encerrada en sí misma, en el espíritu negro de Castilla la vieja. Y, en esencia, ahí seguimos a estas alturas de la Historia, me refiero a niveles oficiales porque la gente va por delante de sus gobernantes.
El espíritu innovador de la Segunda República aún no ha triunfado en España y el espíritu de Cárdenas se ha ido diluyendo en México. A mediados de septiembre México celebrará un nuevo aniversario de su independencia de España. Pero no se independizó, allí se quedó la España que no querían ni Ortega ni Machado ni Baroja ni… Tal vez por eso los mexicanos canten y beban para olvidar, presos de la resignación, como lo hacemos también muchos españoles por causas parecidas. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig