En estos días en los que los españoles nos sentimos agobiados por la secuela de declaraciones contradictorias emanadas de los distintos líderes políticos o aspirantes a serlo, tanto de derechas como de izquierdas; que se ven precisados a promocionarse para conseguir la aprobación de quienes, de alguna manera, pueden llegar a influir en su futuro como representantes electos de la ciudadanía, intentando, en muchos casos inútilmente, devolver a los votantes la confianza en ellos. Y ante tal avalancha de aspirantes a ocupar cargos públicos, ante tantos que se creen preparados para asumir tales responsabilidades y tantos que, sin cualidades especiales para asumir, con garantías de éxito, la representación de tantos millones de españoles que precisan de una mano firme que no se deje guiar por influjos partidistas, por ambiciones personales o por ideales obsoletos, trasnochados y condenados al fracaso; nos preguntamos si tanta variedad de ofertas, tal proliferación de presuntos conductores del país y tan baja calidad humana e intelectual de la mayoría de ellos, sería posible que surgiera, como en el pasado ha ocurrido, la figura de un verdadero político, una persona honrada, preparada, enérgica y dispuesta a asumir el reto de sacar a España de esta peligrosa situación política y económica en la que se encuentra. Parece que se trata de esperar un milagro.
Los hay que insisten en hablarnos del cambio. De la necesidad de la renovación de gobiernos e instituciones y de la urgencia de que el país recobre la estabilidad, que tan necesaria es cuando los valores de una nación se cuestionan y se pretende cambiarlos por un nuevo concepto de lo que es la ética y la moral que heredamos de nuestros mayores. En realidad, no nos proponen cambios para mejorar nuestras relaciones entre los españoles; tampoco para ayudar a levantar a nuestra nación de la difícil situación por la que estamos pasando o para suprimir de la Constitución, este cáncer nacional en el que se han convertido las comunidades autónomas, maleadas por nuevas doctrinas separatistas que, si se llevaran a cabo, dejarían a nuestra nación convertida en un guiñapo a merced de cualquier dictadorcillo que supiera imponerse. A la vista tenemos algunos que, con mucho gusto, nos llevarían de su mano hacia lo que fue el comunismo más rancio y casposo de los viejos tiempos de Stalin.
Y estas consideraciones nos llevan a poner en cuestión estos liderazgos interminables, estos gobiernos monocolor instalados a perpetuidad o estos presuntos profetas de la política, que se eternizan usando mano de hierro para retener el poder, prescindiendo de los más elementales principios de la democracia. Casos tan ejemplarizantes como son los de Fidel Castro en Cuba; Hugo Chávez (ahora el impresentable Maduro) en Venezuela o el mismo intento de asegurarse la permanencia en el poder del señor Evo Morales en Bolivia, con cambios legislativos encaminados a asegurarle el poder de por vida. Viejos guerrilleros elevados al gobierno por haber pertenecido a los supuestos defensores del pueblo que, cuando ascienden al poder mantienen, con mano férrea, oprimido a su pueblo como es el caso de Daniel Ortega de Nicaragua. Todos ellos son ejemplo de a lo que ha conducido la revolución bolivariana a muchos pueblos del nuevo mundo, que se libraron de los dictadores que los explotaban para caer en la garras de gobiernos totalitarios, absolutistas y antidemocráticos, que se han dedicado, con el mismo afán explotador de aquellos, a dilapidar las riquezas naturales de sus países, sin que el pueblo haya notado mejora alguna en sus vidas; antes bien, han perdido libertades y siguen reducidos a la misma pobreza de siempre.
Lo que está pasando en el gobierno peronista de Argentina en manos de la señora presidenta, Cristina Fernández de Kirchner; esta señora que amenazó a España y se apropió a la brava de la IPF, pretendiendo no pagar por ella; en estos momentos tiene a su país a las puertas de la quiebra y con la población soliviantada por los errores garrafales de su presidenta, que la ha puesto entre la espada de la miseria y la pared de enfrentarse a el rechazo internacional. Todo ello nos hace reflexionar sobre la necesidad de que se fije un tope de legislaturas para cada presidente. Aún así tenemos ejemplos de hasta donde puede llegar a perjudicar un mal presidente, aunque sólo consiga mantenerse en el poder una legislatura. En España tenemos pruebas fehacientes de lo que es capaz un visionario al frente del gobierno y las graves consecuencias que para el pueblo español de derivaron de su mandato.
Precisamente, en estos momentos de nuestra Historia, nos encontramos ante una situación en la que en uno de los partidos de más solera de esta nación se está buscando un nuevo líder que sustituya a otro de estos dirigentes matusalémicos, el señor Pérez Rubalcaba que, por pretender perpetuarse en el poder, ha conseguido llevar a su partido a una situación extrema de la que le va a ser muy difícil salir. Dos fracasos consecutivos electorales le ha puesto en la tesitura de urgirle encontrar un sustituto para presidir el partido y, como el encontrar la persona más preparada, mejor formada, con vena de político y capaz de enfrentarse con energía a los viejos barones del partido, no es tarea de unos días; han tenido que recurrir a lo que había disponible que, a la vista de sus manifestaciones, del poco entusiasmo de los votantes socialistas y de la previsible abstención de aquellos que no confían en ninguno de los tres candidatos, da la sensación de que, el elegido, va a contar con escaso apoyo de sus colegas socialistas. Una mala solución para un partido que está amenazado por su izquierda por IU, Podemos y el mismo PSC, que sigue en busca de su identidad dividida entre nacionalistas y españolistas.
Pero es que, el propio PP, un partido que, si bien ha hecho mucho en busca de sacar al país de la amenaza de ser rescatado y ha conseguido que ya se vean indicios de recuperación; ha sufrido un enorme desgaste al haber decepcionado a una parte importante del electorado con su política débil y condescendiente con los separatistas catalanes, sus llamativos casos de corrupción y, tampoco, ha satisfecho a los dos millones de votantes que les pidió prestados al resto de partidos, que lo votaron esperando que tenía en sus manos una solución milagrosa para sacar a España y los españoles de las consecuencias de la gran crisis europea. No fue así y el tiempo viene corriendo en su contra, porque ya estamos ante las elecciones municipales y apenas queda un año para las legislativas.
Las posibilidades de que el señor Rajoy sea reelegido parecen, de momento, muy escasas y las de que su partido renueve la mayoría absoluta podríamos decir que nulas. Sin embargo, no parece que se esté preparando a una persona carismática que pudiera atraer de nuevo a un número importante de votantes. A estas alturas, la cúpula del partido ya debiera de tener a un candidato nuevo escogido, preparado para ser presentado “en sociedad”; una persona dinámica, hábil en la refriega política y capaz de recuperar, para los españoles en general y para los desilusionados votantes del partido, aquella confianza, fe e ilusión que en su día condujo al señor Aznar al triunfo y, más tarde, a la mayoría absoluta. Es un error el pretender que el voto de la ciudadanía, un voto regido más por el corazón que por la razón, sea capaz de conseguir a la mejor persona para gobernar la nación por tanto, mientras no se cambie la ley electoral, es preciso poner al frente de las listas electorales a los más aptos, los mejor acogidos por los ciudadanos, los más preparados, los con mayor experiencia y los mejor vistos en Europa, una condición que ante la CE no se puede dejar de tener en cuenta. O así es como, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos como cosa urgente la preparación con tiempo del delfín del señor Rajoy. No creemos que sea buena idea el que repita.