“La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”. Bertolt Brecht
Hubo un episodio en la Guerra Civil de los EE.UU que, por su singularidad, merece ser citado. Entra dentro todo aquello que las guerras o las crisis económicas comportan para aquellos ciudadanos que no tienen arte ni parte en su gestación pero que sin quererlo, acaban por convertirse en víctimas de las circunstancias, aunque nunca lo hubieran deseado.
En 1864 se produjo un enfrentamiento entre las tropas de la Unión del general Grand y los confederados del general Lee, en un lugar conocido como el Valle de Shenandoah, por el que querían colarse las fuerzas del norte, algo que intentaban impedir sus defensores, los confederados. La particularidad se centra en que, en aquel enfrentamiento, conocido como la batalla de New Market, y formando parte de las tropas de la Confederación, se encontraba un grupo de 247 cadetes del Instituto Militar de Virginia, de edades comprendidas entre los 14 y 16 años, al mando de los cuales se encontraba el Teniente Coronel Scot. Lucharon como bravos y hasta capturaron un cañón de sus enemigos de la Unión. Durante la lucha en aquellos cenagales, muchos de aquellos muchachos perdieron sus zapatos hundidos en el barro. Murieron 10 de ellos y 47 fueron heridos. A partir de 1.887, en New Market Corps se celebra un acto conmemorativo ante el monumento que recuerda aquella proeza. Una película titulada “El campo de los zapatos perdidos”, musicada maravillosamente por Frederick Witman, constituye un homenaje a aquellos jóvenes y valerosos soldados.
No es probable que, en aquellos tiempos, los muchachos que sobrevivieron a aquella batalla, tuvieran psicólogos que los trataran una vez que la guerra concluyó o se les concedieran pensiones por haber participado en la guerra. No lo creo. Eran tiempos duros y, seguramente, los que tuvieron la fortuna de sobrevivir de la contienda y, especialmente, para los derrotados del Sur, les debió ser particularmente complicado conseguir sobrevivir a las dificultades y secuelas de una posguerra evidentemente penosa e inclemente.
Hoy, afortunadamente, en nuestra nación no estamos ante una situación bélica, pero sí estamos pasando por una época especialmente complicada, con un paro que, según la EPA, está situado en 5,428 millones de personas, aunque parece que la tendencia es a disminuir. En todo caso, es evidente que, con un 23’6% de desempleo, sin que nuestra industria acabe de arrancar y con un cierto estancamiento en Europa, no parece probable que pueda acabarse con esta lacra con la rapidez que todos quisiéramos. No se ve un final inminente de la crisis y son muchos los que auguran unos años en los que van a persistir las dificultades si, como parece, las naciones emergentes no están en condiciones de crecer en los porcentajes previstos lo que, sin duda alguna, va a repercutir de una forma negativa en todos los países que, como España, tienen sus esperanzas de recuperación puestas en las exportaciones.
En todo caso, en España, hay dos colectivos de nuestra sociedad que se enfrentan, en unas circunstancias muy desfavorables, a unos años en los que, aunque vaya remitiendo la crisis, se consiga que las empresas reaccionen y mejoren sus expectativas, se llegue a crear un cierto empleo; aumenten las posibilidades de financiación y se alcance una cierta reactivación de la demanda; van a encontrar serias dificultades para poder encontrar un empleo, aunque éste sea de carácter transitorio (por mucho que los sindicatos insistan en la precariedad de las contrataciones, cada vez va a ser más dificultoso que, los contratos indefinidos, vayan teniendo la aceptación de la que disfrutaban con anterioridad a la crisis).
Si nos referimos al colectivo de jóvenes trabajadores y universitarios, los últimos datos oficiales reflejan un desempleo de un 53’8%, sin duda el más alto de toda Europa. Es posible que sea necesario que nuestros jóvenes deban derivar sus expectativas hacia la FP y que el número de universitarios que aspiran a licenciarse sea excesivo, incluso para lo que sería una demanda normal en tiempos de bonanza económica. Pero lo que sí es seguro es que, en las actuales circunstancias, las posibilidades de encontrar trabajo, como no se decidan a emigrar a otros países ( algo que, en la práctica, por dificultades idiomática, por deficiencia la calidad de la enseñanza o por cuestiones de adaptación, no siempre sirve para todos los casos) son extraordinariamente reducidas, lo que supone que ya la consecución de una licenciatura no sea suficiente y, para poder aspirar a un empleo adecuado, se hace preciso completarla con algún master algo que, como es fácil de colegir, por cuestiones económicas, no está a la altura de todos los universitarios.
¿Es sensato inundar de universitarios, crearles expectativas ilusorias, fomentar la enseñanza superior; cuando es posible que, sólo para los supercerebros, haya posibilidades de conseguir una ocupación que esté a la altura de sus conocimientos?, ¿no es una manera de crear frustraciones, de atizar rencores y de provocar resentimientos contra la sociedad, el seguir dándoles esperanzas cuando se sabe que el país no está en condiciones de absorber tanta oferta? Un problema de difícil solución y que debería ser afrontado sin falsas demagogias ni utópicas ofertas igualitarias que todos sabemos son imposibles de llevar a la práctica.
Pero todavía existe otro colectivo que, de no producirse un milagro, está condenado a no volver a encontrar trabajo en su vida. Todos aquellos que, hoy en día, están por los 50 años y se encuentran en desempleo es posible que, salvo contadas excepciones, así como está evolucionando el mercado de trabajo, como progresan las nuevas técnicas y como la robotización va invadiendo, de una forma imparable, todas las cadenas de montaje de las industrias y, la ofimática, avanza a paso de carga en la supresión del personal de oficinas, a la vez que, en el terreno de la cirugía, la medicina y otras profesiones técnicas el mundo de la nanotecnología está irrumpiendo con fuerza, provocando una verdadera revolución en las antiguas técnicas, que van quedando obsoletas casi antes de que se empiecen a poner en práctica; si no son capaces de someterse a un reciclaje, que muchos no estarán capacitados para conseguirlo, o no consiguen superar, en conocimientos, a sus competidores más jóvenes; en un 80%, como mínimo, van a quedarse para el resto de su existencia, sin poder volver a conseguir un trabajo.
Mientras, en España, los hay que sólo se ocupan de hablar de independentismo, de derechas o de izquierdas o de partidos políticos; el verdadero problema que nos amenaza a los españoles, es el de contestar a las siguiente pregunta: ¿qué se va a hacer con estos estudiantes o qué destino se les va a dar a todos aquellos mayores de 50 años sin trabajo, sin poderse jubilar o sin ayudas de la comunidad ( algo que, por ahora, es evidentemente que no entra dentro de las posibilidades del Estado español ni de ningún otro de la Eurozona)?
Es preciso que se ponga sobre el tapete político, sin distinción de izquierdas, derechas, separatistas o ácratas, el problema de encontrar una solución para lo que será el futuro de estos millones de españoles, que van a quedar excluidos del mundo del trabajo y, no obstante, van a tener que subsistir de alguna forma, si es que no queremos que nuestro país acabe siendo un caos.
O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos invade el miedo por el futuro de nuestro país. DIARIO Bahía de Cádiz