Fue lo primero que me enseñaron en mi casa, el respeto a los demás. Y no es que mi familia fuera especial, era una familia normal de clase media baja que pasaba apuros económicos para llegar a fin de mes. Mis maestros de EGB también me lo dejaron presente con el lema “si quieres que te respeten empieza por hacerlo tú”, y luego más tarde en la secundaria y en la facultad estudié a los principales filósofos de la historia hasta nuestros días, donde me enseñaron que el razonamiento lógico y justificado es el único que te puede llevar a alcanzar parte de la verdad, y que en una conversación si no lo tienes, no te vale para nada. Por ello quizás huí prontamente del fanatismo tanto ideológico como religioso.
Pero en los tiempos que corren, los que nos representan o se supone que lo hacen, han perdido este principio fundamental de la convivencia. Radicalizándose en sus discursos consiguen que sienta vergüenza del ejemplo que hoy le dan a nuestros jóvenes y consiguen a su vez, que escuchar una tertulia se convierta en un infierno entre los que quieren imitar a unos y a otros. Y han sido todos los que han tomado estas posturas, no es la irrupción de una izquierda fuerte en política que ha destapado las vergüenzas de la rancia derecha la máxima responsable. No. Lo es el todo vale, el insulto barato y el fanatismo, el sentirse dolido con la verdad y reaccionar con la media verdad o con la mentira, lo es la descalificación personal elevada a la máxima potencia y el ridículo espantoso que nos hacen pasar cada vez que abren la boca nuestros votados representantes del pueblo.
Perdieron la razón, todos, perdieron su sentido. Olvidaron que para discutir no hay que enfrentarse a alguien con el corazón sino con la cabeza, argumentando. Olvidaron que el pueblo lo hace, que entre vecinos se consigue llevar adelante una comunidad, un barrio, una ciudad, con ideologías diferentes pero llegando a acuerdos en los que todas las partes tienen que ceder, en los que todos y nadie tiene la razón, porque nadie es dueño de la verdad absoluta. Olvidaron que en esta vida hay cosas más importantes que el dinero, y es la dignidad, la que unos y otros arrebataron a nuestros convecinos, la que no importa a casi nadie mientras discuten por tonterías como si debe haber reina maga o no, cuando lo importante es que el pueblo consiga los recursos suficientes para llegar a fin de mes con su trabajo, de su mano, como derecho fundamental. Consiguieron que se olvidaran los modales los que denigran públicamente a la mujer, los que lo hacen como chiste, representando a parte de la ciudadanía, o voces que crean opinión como el periodista Antonio Burgos que hace tiempo que perdió toda la credibilidad, quizás desde que murió el dictador del que era muy buen intelectual.
Y con esas formas y esa falta de respeto pretenden tener una población que sea excelente en lo que se proponga, ellos como ejemplo. Pretenden que se hablen veinte idiomas cuando el presidente no domina dos, exigen el esfuerzo a un estudiante, invitándolo incluso a marchar al extranjero cuando piden una indemnización millonaria por no encontrar trabajo habiendo sido diputados, exigen una alta cualificación a un pueblo gobernado por paletos.
Legislan sin el pueblo, legislan contra el pueblo, y nace la voz del fanático en las redes sociales, el que defiende a muerte su tendencia ideológica sin darse cuenta que la perjudica más que la beneficia, que el difunto Umberto Eco nos dejó en su legado de dichos el de “el intelectual es aquel que es capaz de criticar lo que defiende”. Y no aprendemos, quizás sea un problema de nosotros, los españoles, o quizás sea un problema de los humanos, a los que parece a veces que no dieron el cerebro como un castigo y no como un premio, los que no piensan y actúan bajo impulsos, los que sólo saben responder a una ofensa ofendiendo sin tener en cuenta nada más.
Y aquí nos encontramos, en esta desesperanzadora actualidad, donde ya da igual hasta quién gobierne porque en los meses en los que no ha habido un presidente del gobierno hemos estado mejor. Nunca aprenderemos. DIARIO Bahía de Cádiz